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jueves, 3 de mayo de 2007

Madrid - Goyesca (2 de mayo de 2007)

Hay Victorinos que aprenden muy rápido cuando salen al ruedo y hay otros que vienen ya enseñados de los prados de Moraleja. De los de esta goyesca, la mayoría pertenecían al segundo grupo.

Ante ellos, uno puede desplegar los recursos y la lidia de Uceda Leal, el valor de López Chaves o el sabor castizo de César Jiménez. Pero será difícil que se llegue a conseguir la plenitud que uno espera de una tarde de toros.

Uceda estuvo bien en sus dos toros, especialmente en los saludos con el capote y en los coocimientos del encaste que demostró en ambos. Con la muleta, en el primero pudo conseguir algún pase de mérito. En el cuarto, bastante hizo con lograr que no le alcanzara.

A López Chaves le correspondieron dos toros imposibles. Lo razonable hubiera sido huir y cometer un toricidio a distancia. Pero él se quedó allí y consiguió extraer medios pases a base de exposición y técnica. ¿Y si algún día le sale un toro que además meta la cara?

En la distancia, uno no sabía si estaba viendo a César Jiménez o a Joselito. Por la colocación del cuerpo y la forma de coger la muleta uno diría que era Joselito. Pero el traje de Montesinos y las vueltas amarillas del capote sacaban a uno rápidamente de su error. Mucho mérito el de Jiménez en su decisión de apuntarse a esta corrida, con Victorinos y fuera de la feria. Pero había quienes pretendían echárselo en cara. ¡Ellos se lo pierden! Suyos fueron los muletazos más garbosos de la tarde, en el sexto. Y suyos también, es verdad, los momentos de más indecisión. Se notaba que este encaste no es el que mejor domina. Pero ahí estuvo y no tuvo enfrente material que permita culparle de ninguna desgracia. Magnífico, por cierto, el par de banderillas del tercero de su cuadrilla al sexto de la tarde.

No hubo, pues, otro Borgoñés. Ni otro dos de mayo como el del 96.

Para lo primero, aún queda otra tarde en San Isidro y más años en los que volver a intentarlo. Para igualar aquella otra goyesca, será necesario que algún torero sienta que tiene que dar la vuelta a la historia de la tauromaquia en un par de horas. Joselito lo hizo. Después, algunos han toreado mejor que él, con más regularidad y pisando sitios que ni siquiera se habían imaginado. Pero Joselito reivindicó aquella tarde la variedad con el capote, la lidia como elemento esencial y diferenciador para cada toro, las distintas formas con las que se puede comenzar la faena de muleta, la posibilidad de enfrentarse a un manso de libro,... y desde la más profunda ortodoxia, la heterodoxia del que se siente libre y poderoso (¿cómo explicar, si no, esos naturales con la derecha?). Aquello influyó de forma decisiva en la forma de torear aquella temporada y las siguientes. Porque demostró que más allá del valor y de la estética, el toreo es un ritual. Y cuando se celebra con pureza alcanza siempre un significado trascedente.

A pesar de todo, surgen algunas preguntas:

1.- ¿Fue sólo el mal tiempo lo que hizo que no se llenara la plaza, pese a los alicientes que a priori tenía el cartel?

2.- ¿Es cierto que Victorino siempre sabe cómo van a comportarse los toros que echa, o a veces, como en esta tarde, también él se lleva una sorpresa?

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