Cuando uno se apunta las corridas duras (o no le dan otra alternativa que lidiar este tipo de ganaderías, que es lo más habitual) el principal problema con el que se enfrenta es de las propias alimañas que salen de la puerta de toriles. Pero la segunda es que el público tiene una incorregible tendencia a ver los toros mejores de lo que son y a considerar que los toreros van a llevárselo crudo y rapidito (aunque también es cierto que cuando los toros dan posibilidades y se aprovechan o cuando el torero demuestra una disposición verdadera y un valor sereno suele premiarse con el triunfo o el reconocimiento generalizado). Por eso, incluso si uno está muy necesitado de contratos, salvo que el valor esté intacto y la técnica bien aprendida, debe plantearse seriamente si aceptar o no el ofrecimiento.
Lo primero a destacar de la corrida de Escolar es que sólo cuatro pasaron el reconocimiento y que fue remendada con toros de Hernández Plá (quinto y sexto). No sé si es que efectivamente no había seis toros de Escolar para Madrid o es que ya nos vamos poniendo estupendos para que cuando vengan las figuras y haya baile de corrales podamos decir que también se ha hecho lo mismo con las corridas duras. Pero lo mismo alguien debía plantearse que si ganaderías así no tienen toros para Madrid es que lo equivocado es el tipo de toro que algunos piden para Madrid y no la morfología del toro de lidia en general. A propósito, recomiendo muy vivamente la actualización que ha hecho Paco Aguado del Cossío (tomo 5) que precisamente se vende con El Mundo de este domingo (13 de mayo) y en la que explica con claridad en qué pocos años y de qué forma tan desafortunada se mandó al traste la tradicional variedad de encastes por el empeño en que los toros tuvieran cada vez más kilos y supuesta presencia, y cómo eso condujo inexorablemente a un cambio en la forma de torear por la menor movilidad que esto originaba.
En cuanto a los toreros, Fernando Robleño estuvo magnífico en sus dos toros. Magnífico en cuanto a disposición, quiere decirse. Porque pases, sacó más bien poquitos, porque con esos toros no había posibilidad alguna. El valor que demostró fue mucho más del que puede exigirse a ningún torero. Y lo hizo de verdad, sin aspavientos ni poses forzadas. En el último de la corrida, en un faena entre el cinco y el seis, hizo pasar al toro muchas más veces de las que uno hubiera podido imaginar. Es cierto que lo hizo con naturales en los que se ayudó con el estoque y que podía haber intentado algún natural sin ayuda. Pero tal y como era la condición del toro, ¡bastante hizo! Otra cosa es que aquello fuera de oreja o no. Si el límite está en la de Valverde, ésta hubiera tenido tanta o más justificación. Pero si convenimos que la oreja debe premiar una faena con ciertos toques artísticos, y no sólo épicos, Robleño merecía todo el reconocimiento del mundo, pero no una oreja. Por desgracia, hay toros con los que aún estando muy bien no es posible cortar una oreja, lo cual no dice nada en contra del torero, sino que recuerda el componente de azar que tiene la Fiesta. Como la vida misma. Por lo demás, como tenemos dicho, sólo son despojos. El presidente decidió no concederla a pesar de una petición generalizada (tal vez por las protestas que había generado la anterior) y Robleño dio una vuelta al ruedo compungido por lo que, en su fuero interno, estoy convencido que considera una injusticia.
El Fundi fue abroncado en su primero, un toro que fue ovacionado en el arrastre porque humillaba y metía bien la cara. El problema es que una vez que había metido la cara, cabeceaba y salía suelto, lo que impedía hacer una faena con lucimiento. La duda que quedó, y tal vez por eso los pitos, es si hubiera sido posible llevar al toro más tapado, haberle ganado algún pasito entre pase y pase y haberle obligado a repetir. El cuarto fue un manso al que hizo una faena de castigo sobre los pies y mató con una estocada al paso y varios descabellos, lo que le valió una nueva bronca. Así como en el primero había dudas, en éste la única es si hubiera sido posible una muerte más eficaz; por lo demás, la única faena que tenía es la que le hizo.
Y José Ignacio Ramos tuvo la mala suerte de que le tocó un toro (el quinto) que acudió al caballo tres veces desde lejos, momento a partir del cual o le hacía una faena de dos orejas o triunfaba el toro. Lo banderilleó bien, pero con la muleta no estuvo fino. Cierto que el toro no era especialmente colaborador, pero pareció que al torero le faltaba algo de sitio y decisión para haberse quedado algo más quieto y bajar la mano. A su primero, toro realmente complicado, le hizo una breve faena de castigo que tampoco gustó a la concurrencia.
Y para concluir, dos cuestiones:
1.- ¿No hay forma de entrenar el descabello? Sólo con el número de descabellos que se han dado en esta corrida hubiera tenido que ser suficiente para descabellar todos los toros de San Isidro.
2.- ¿Habrá forma de hacerle entender a la gente que, a veces, incluso cuando el que banderillea es el matador es conveniente que le coloquen el toro? Con toros tan complicados como estos, asumir la decisión de banderillearlos es arriesgada de por sí, pero lo que es imposible es además colocarse el toro a cuerpo limpio.
PD Muchas gracias, José María, por el comentario. Uno intenta seguir con la afición aunque a veces, como a los buenos creyentes, le asaltan las dudas. Tu vuelta a la Fiesta demuestra la fuerza de este misterio. Y nos permite volver a ver algunas cosas con ojos nuevos y poder vivir los festejos de Sevilla con un prisma distinto, literario y apasionado a la vez.
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Taurinos asesinos
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