Dicen que los gitanos no quieren que sus hijos tengan buenos comienzos (o buenos principios, que no es lo mismo, pero es igual).
Este San Isidro no ha tenido un buen comienzo y tampoco ha habido esta tarde sobre el ruedo toros bravos, con movilidad y casta, que son el principio básico para que pueda existir la tauromaquia. Los toros han pasado por allí, unos con más gracia, otros con menos. Algunos se han apagado antes y otros han durado un poquito más. Pero todo ello, sin acabar de rematar de forma que uno tenga que decantarse por toro o torero (o, por ambos, en el mejor de los casos), sin que quepa el silencio como recompensa para una faena.
Encabo ha mostrado disposición, pero salvo con los palos no ha dejado muchas cosas en el recuerdo. Su colocación ha sido heterodoxa (por decirlo sin faltar) y no ha habido especial profundidad, temple y mando en su toreo. Cierto que los toros no han colaborado en exceso, pero si además de disposición hubiera puesto técnica y decisión, tal vez hubiéramos visto más cosas.
Antonio Ferrera ha estado también voluntarioso, pero su toreo de muleta ha sido muy deslabazado y poco lucido. Con las banderillas, han sido especialmente emocionantes el segundo y tercer par del quinto de la tarde. En el segundo, ha citado desde el centro del ruedo de espaldas, y ha permanecido así esperando al toro, quebrando la embestida y clavando en la cara. En el tercero, junto a las tablas, ha quebrado saliendo por los adentros con arte y exposición. La mayoría del público ha festejado este tercio, pero los de siempre (o sea, los pesaos del siete) han abucheado y tocado palmas de tango en señal de desacuerdo. No sé quién sigue dando carta de expertos a estos indocumentados que tienen una visión sesgada y absolutamente parcial de la fiesta y que, sobre todo, carecen del más elemental sentido de la educación y el respeto a los demás aficionados y a los profesionales que se juegan la vida delante de los toros. A mí también hay cosas que no me gustan y protesto, pero a su debido tiempo y tratando de entender que hay un ser humano que se está jugando la vida. Y que el pagar una localidad no da derecho a decidir de qué modo debe jugársela para mi regocijo.
Fernando Cruz ha toreado con hondura en algunas series a sus dos toros. En el primero, lo ha llevado muy tapado y con la mano muy baja y de ese modo ha conseguido ligazón y empaque en algunas series con la derecha. Ha matado mal, pero se le ha premiado con una ovación que ha recogido desde el tercio. En el sexto, los pellizcos de arte han sido menores y han tardado más en llegar porque se ha excedido en los pases de tanteo; el toro se ha acabado muy pronto y no ha habido manera de redondear una faena completa.
Por lo demás, la plaza estaba casi llena, el tiempo ha sido espléndido (para algunos incluso hacía calor) y se han repetido los vicios de cada San Isidro. A saber. Supuestos aficionados que dicen defender la pureza, acuden a la plaza con un moquero verde, lo que demuestra una disposición al disfrute cuando menos discutible. Las faenas, centradas sólo en el tercio final (aunque hoy, en parte, también en el de banderillas), prescindiendo del toreo de capa y del sentido ritual imprescindible en la lidia. La música, con su sonido manifiestamente mejorable. Y otras menudencias de las que iremos dejando constancia en los días venideros.
Y hoy me asaltan sobre todo dos preguntas,
1.- ¿Para cuándo una escuela de picadores? Hoy, alguno ha caido de pie de forma más o menos esperpéntica en cuanto el toro, sin ímpetu ninguno, ha topado con el caballo. Seguro que la cuadra de caballos es mejorable, pero el manejo creo que también puede serlo.
2.- ¿No podrían hacer algunos ejemplares más del programa de mano? Es que a uno le hace ilusión poder seguir con él la corrida, incluso si llega con el tiempo justo.
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