La tarde del santo estuvo a punto de ser una tarde de éxitos.
Morante estuvo a punto de cuajar alguno de sus toros (disposición no le faltó). Curro Díaz estuvo a punto de matar a un toro que le hubiera propiciado un triunfo importante. Y El Capea estuvo a punto de enterarse de que le había tocado en suerte un toro con un pitón izquierdo de los que es difícil que vuelva a encontrarse en una Feria de San Isidro.
Dicho lo cual, que es como cuando uno sale una noche y vuelve solo a casa a punto de haber ligado con la maciza de la fiesta. Los pequeños instantes en los que su uno se ha crecido no se los quita nadie, pero al día siguiente la cosa va perdiendo intensidad para contarla.
Pero vayamos por partes.
Morante ha estado dispuesto toda la tarde. Y ha dejado algunas pinceladas de las que sólo él es capaz, como las verónicas a su primero, algún trincherazo, el quite con el que ha descubierto a El Capea el tercero de la tarde,... Sus toros no eran alimañas, pero tampoco acompañaban el estilo del de la Puebla. Tal vez algo más de prontitud al cite y la cabeza más baja en el embroque nos hubieran permitido ver más cosas con la muleta. La plaza de Madrid, como bien dice mi amigo Juan Antonio, no tiene término medio. Y a Morante, o lo saca a hombros o a almoadillazos. En la tarde de hoy no había razón para aplaudirle, pero tampoco para una bronca como la que algunos le han dedicado.
Curro Díaz no tenía una papeleta fácil. Al entrar por la vía de la sustitución en uno de los carteles fuertes de la Feria, además de ahorrar unos durillos a la empresas debía demostrar que su salida a hombros en una tarde de abril no era cosa sólo de extranjeros. Y con su segundo lo ha dejado patente con algunos derechazos de auténtico pellizco. Ha citado de lejos, bajado la mano, ligado y rematado con pases de pecho y adornos garbosos. Hemos visto, sobre todo en una serie, toreo del caro. Si hubiera matado bien hubiera conseguido una oreja. No ha podido ser. Pero el recuerdo de esos pases no los borra el desacierto con la espada. Por aquello de abordar también lo intrascendente, decir que ni él debía haber intentado la vuelta al ruedo (la espada, además de haberla colocado al segundo intento, estaba en muy mal sitio), ni el público debía haberle abroncado con esa saña por ese intento; seguro que con algo más de dulzura podía haberse dado por enterado.
Y El Capea ha sorteado como tercero de la tarde un Cuvillo que le ha brindado en bandeja la salida por la Puerta Grande. A pesar de lo cual se ha empeñado en torear hacia fuera y hacia arriba, lo que hacía un poco difícil alcanzar el reconocimiento que el toro merecía. El pitón izquierdo, sobre todo, parecía de una boyantía que ha hecho a no pocos aficionados elucubrar qué hubiera pasado si en el sorteo le hubiera correspondido a Morante o a Curro Díaz. El asunto no ha sido sólo de oficio (se nota que algunos toros ha matado), sino de un estilo de toreo despegado y monótono que tal vez sirva en otras plazas, pero que no dice nada en Madrid. El sexto parecía al principio que se iba de lejos, pero pronto ha cortado el viaje y no ha permitido lucimiento alguno.
Todo esto me suscita algunas preguntas:
1.- ¿Por qué hay tanto secretismo con los honorarios de los toreros, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, con la retribución de los deportistas? A lo mejor alguien querría saber lo que se ha ahorrado la empresa por la sustitución de Talavante, si se lo ha ofrecido a alguien antes,...
2.- Los que han venido a buscarles la vueltas a Morante, ¿van a quedarse en su casa el día de la Beneficencia? Les recuerdo que no entra en el abono y que por tanto no es obligatoria su adquisición. Y que a muchos nos harían un favor si no vinieran.
martes, 15 de mayo de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario