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sábado, 15 de agosto de 2015

Reflexiones ante una situación de urgencia


En el considerado “día más taurino del año” comenzamos una serie de entradas con diversas reflexiones sobre la situación de la tauromaquia y propuestas de mejora. No se trata de nada original, ni novedoso. La mayoría de los que se expone ya lo hemos dicho otras veces o ya ha sido dicho por otros. Se trata, más bien, de ordenar y sistematizar, en lo posible, en un momento en que urge que cada uno pongamos de nuestra parte lo que sea posible para frenar ataques injustificados a la tauromaquia y reivindicar el espacio en los medios que se merece por su verdadera presencia social.
Desde la aparición de los foros y los blogs taurinos (imprescindible en su momento “Los Toros en el Siglo XXI”, como ahora lo son el de Ignacio Sánchez Mejías, el de Juanma Lamet o Banderillas Negras) hasta la incesante actividad del twittendido taurino, los aficionados han dejado muestras reiteradas de un desinteresado esfuerzo por ayudar a la difusión y modernización de la tauromaquia, con incontables propuestas en los más variados ámbitos de la Fiesta. Sin la iniciativa de los aficionados (de forma notable el profesor Medina, en Extremadura y Royuela, en Barcelona, o Juanma Lamet en Expansión) no se hubiera empezado a analizar, por ejemplo, el impacto económico de la Tauromaquia.
Pero los aficionados han recibido en general como respuesta el silencio o el desprecio por parte de los profesionales taurinos y la prensa especializada. Ahora, tal vez, comience a ser distinto. Deba serlo si definitivamente se toman en serio que lo que tienen en su mano es tan importante que requiere que se defienda y se promueva por profesionales.
Se trata de siete entradas (la última con un listado de conclusiones) que aborda distintas perspectivas que considero de interés. La primera, para mí absolutamente clave, es la necesidad de una presencia normalizada de la tauromaquia en los medios de comunicación generalistas.
1. La presencia en los medios
Desde las últimas elecciones municipales y autonómicas, el cambio político producido en numerosos Ayuntamientos y Comunidades Autónomas ha hecho que muchos de ellos elijan la tauromaquia como el primero de los asuntos en los que demostrar que las cosas estaban cambiando. Ciudades que se declaran antitaurinas, Ayuntamientos que rescinden contratos para la explotación de plazas, eliminación de ayudas a Escuelas Taurinas, declaraciones ofensivas e injuriosas contra los aficionados,… Todo vale para arengar a las huestes amigas que lucen orgullosas una victoria sin enjundia real, porque enfrente encuentran sólo la voz desperdigada de un puñado de aficionados ante la inexistencia de una organización sectorial que ordene la estrategia, la defensa, la promoción y el ataque.
Son pocos, muy pocos, los antitaurinos. Como probablemente tampoco seamos muchos los que sigamos con habitualidad la información taurina y las cosas de este sector. La inmensa mayoría es, sencillamente, indiferente. No va nunca a los toros, o va ocasionalmente como parte del programa de fiestas de su localidad, o de su lugar de vacaciones. Pero ni sabe quiénes son los toreros en sazón, ni cuáles las ganaderías en mejor momento, ni los novilleros que despuntan, ni los toreros jóvenes que merecerían un puesto junto a las figuras que llevan copando más de quince años los mismos carteles de las ferias. Y no lo saben porque la fiesta de los toros se ha convertido en un espectáculo completamente endogámico, sin proyección alguna en la sociedad.
Este, y no otro, es el primer problema que acosa en este momento a la tauromaquia. La base del que derivan todos los demás. Si lo taurino tuviera en los medios de comunicación social la presencia que tiene en las plazas y las arcas del Estado, no habría Ayuntamiento ni Comunidad Autónoma que tomara medidas como las que estamos viendo. Porque el asunto se tornaría inmediatamente en un problema de orden público.
Pero los toros es algo que para la mayoría es un pasatiempo. Algo que sucede, pero que no repercute en la comunicación diaria, o que lo hace sólo de forma excepcional, sin continuidad.
Los aficionados se afanan en proclamas grandilocuentes en twitter y otros altavoces, pero sus mensajes sólo circulan entre los mismos. Son (somos) unos cuantos que debatimos entre nosotros. Pero el mensaje no escapa de este círculo. Y así, es imposible.
Los ejemplos que uno puede dar son infinitos: calculemos los minutos que los telediarios dedican al teatro, al cine español, a la natación sincronizada, al baloncesto,… Y lo comparemos con los que dedican en esos mismos espacios al toreo. Veamos los espectadores o la recaudación por IVA que tiene cada una de esas actividades y comparémosla con la tauromaquia. El agravio es manifiesto. El insulto apabullante. Pero no pasa nada… Y no pasa nada porque el sector carece de organización y de estrategia.
Lo taurino lo tiene muy difícil para hacerse ver en una sociedad “light” como la actual por un elemento que lo distingue de casi cualquier otra actividad de ocio: tiene detractores. Hay otras muchas manifestaciones culturales o deportivas de muchísima menos repercusión, pero quienes no la conocen o a quienes no le gusta no son sus enemigos ni consideran que esa actividad es moralmente reprobable. Sin embargo, lo taurino tiene enemigos. Activistas antitaurinos (profesionales del asunto, con su abundante financiación). Y, en la actualidad, esto dificulta tener presencia en los medios. Porque son muy pocos los que están dispuestos a mantener ideas o principios contra los ataques de grupos minoritarios pero organizados.
Vivimos en una sociedad de lo políticamente correcto donde es preferible mantener un perfil bajo en cualquier actividad o situación polémica. Y, en este escenario, la tauromaquia lo tiene muy complicado, salvo que exista una organización fuerte que defienda sus intereses y muestre sus valores y su grandeza.
La licitud ética de la tauromaquia ha sido glosada de forma notable por importantes pensadores: Wolff, Gómez Pin, Savater,… Pero sus argumentos tienen que ponerse en valor en un enfrentamiento dialéctico para darle la repercusión que se merece.

Sin esta repercusión social, sólo el discurso organizado, panfletario y vistoso de los antitaurinos tendrá repercusión en los medios. Porque no hay, no se ha creado, un discurso anti-antitaurinos. Si se dieran a conocer sus intereses, se desnudara su bazofia y doblez, el asunto sería distinto y a los medios les resultaría más complicado dar cobertura a los cincuenta asalariados de siempre a las puerta de las plazas de en vez de a los miles de aficionados que dentro disfrutan de su pasión.

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