Después de algo más de cuarenta y ocho
horas del último advenimiento de José Tomás, en Granada y en torno a la
festividad del Corpus; superado el azote de los sentimientos; valorado el
análisis de los expertos en los periódicos y los comentarios de unos y otros,
con más y menos criterio, en Twitter; creo que no está de más hacer alguna
reflexión sobre lo que allí sucedió. No sobre cada una de las faenas, sino en
lo que antecede y trasciende a estas.
Para mí, hay cinco elementos que destacan
sobre los demás a la hora de explicar por qué José Tomás, en la plaza, conecta
de un modo especial con el público: la liturgia, la selección de los toros, la
lidia, el toreo como expresión interior y la búsqueda de la pureza. Vayamos
brevemente sobre cada uno de ellos.
Desde que apareció para hacer el paseíllo
hasta que lo auparon en hombros (sobre la salida, los empujones, el que le
arrancó la hombrera,… ya no había control) José Tomás estuvo e hizo todo con un
sentido extremo de la liturgia. Su semblante serio y atento, la ausencia de
cualquier intercambio de palabras en el callejón (nadie osó acercársele en
ningún momento), el modo de andar, de acercarse al toro, de coger los trastos,…
Todo era de una seriedad imponente. Y cualquier obra que pretenda trascender
tiene que partir necesariamente de esto, de un respeto absoluto a la liturgia.
Y José Tomás lo tiene. Hoy son habitual los chascarrillos en la barrera, los
comentarios, las risas,… y los toreros que participan en todo ello. Igual que
andan de cualquier modo por la plaza. Lo de Granada fue una escenificación
perfecta de que una corrida de toros, sobre todo para los que se visten de
luces, no es un pasatiempos. Que exige una concentración, un rigor y un respeto
absoluto a lo que supone. Hacerlo así, además, llega al tendido. Porque en
cualquier momento que se mira al torero, esté o no toreando, uno aprecia que
está absolutamente absorto en lo que está haciendo, que es el requisito
imprescindible para que los demás también entremos en el rito.
El segundo elemento es la selección de los
toros. Ninguno fue excepcional, pero todos embistieron. Y su presencia estuvo
un punto por encima de la habitual en la plaza. Quizá nadie, ni los ganaderos,
sepan lo que realmente tienen. Pero uno tiende a pensar que cuando uno se
esmera en elegir con precisión los toros es más probable que embistan. La
diferencia con los de Matilla del día anterior era palpable, en presentación y
en fuerza. Este año estamos viendo embestir a muchos toros en muchas plazas,
pero hay ganaderías que están en mejor momento que otras y dentro de cada
ganadería no todos los toros tienen las mismas posibilidades de embestir.
Tomarse en serio los toros que uno va a lidiar es imprescindible. Seguro que
con alguno uno puede equivocarse, pero las posibilidades de acertar son
mayores.
Quizá el aspecto que más me llamó la
atención el sábado fue la perfección de la lidia de los cuatro toros. No se les
dio un capotazo de más. Los puyazos fueron todos en su sitio y medidos. Todos
los lidiadores estaban en su sitio. Los banderilleros lo hicieron bastante
bien, salvo algún par que se clavó muy bajo, aguantando incluso estoicamente
alguna colada inoportuna. Conseguir esto para un matador que no tiene una
cuadrilla con la torea de forma continuada sólo se explica porque la
autoexigencia del matador es capaz también de trasladarla a todos los que hacen
el paseíllo con él. Nuevamente, la comparación con el día anterior, en el que
Fandi hacía flexiones en el ruedo o Juli daba capotazos al aire mientras se
lidiaban los toros de otros compañeros, era inevitable.
A la salida, tuve la inmensa suerte de
charlar un momento con el gran filósofo y extraordinario aficionado Víctor
Gómez Pin y me dio la clave esencial sobre la evolución del toreo de José Tomás:
el toreo, decía, es un arte espiritual, y José Tomás está en su mejor momento,
es cuando más ha ahondado en él mismo y cuando, en consecuencia, mejor torea.
Desde lo más profundo, desde donde más tiene que decir.
Y muy ligado a lo anterior, creo que José
Tomás busca cada vez con mayor ahínco la pureza en su toreo. Sin duda agradece los triunfos y los trofeos, pero no hace sus faenas buscando por esa vía los
triunfos (como, nuevamente, alguno hizo el día anterior). Su propósito es que
las verónicas sean cada vez más templadas, que en los delantales pueda, sin
moverse tras el primer lance, traerse nuevamente ligado en completa cercanía al
toro, que pueda construir un quite variado y perfecto como fue el que le hizo
al sexto toro. Busca la pureza en un toreo cada vez más variado con capote y
muleta. No hubo atisbos del “ay” de otras veces y sí muchos olés. Las cosas
fueron saliendo cada vez un poco mejor, pero es que resulta asombroso que sin
haber toreado en público desde hacía más de un año no le tocaran apenas los
trastos los toros. Es en esa mezcla de un toreo cada vez más espiritual y más
puro desde donde llega completamente al corazón de todos los que estábamos en
la plaza.
¿Y no hay objeciones que poner? podría
preguntar alguno. Por supuesto, pero uno no va a la plaza a buscar pegas, lo
cual no quiere decir que todo le dé igual o le parezca bien, sino que trata de
ir a la plaza con el espíritu dispuesto a tratar de emocionarse.
Aun así, debo decir que me resultó muy raro
lo del rejoneador. La propia liturgia del toreo a pie se veía de algún modo
socavada por una manifestación de la tauromaquia muy diferente y que no se
compagina del todo bien con los resortes del sentimiento del toreo a pie.
Además, salvo en tardes en las que encerrarse con seis toros (Nimes es el gran
ejemplo), José Tomás adquiere una dimensión aun más grande toreando con otros
compañeros a pie, porque además de expresar su toreo hace que los demás matadores
saquen lo mejor de su tauromaquia, vayan hasta esos límites a los que su medido
compromiso no suele obligar a acercarse.
El resto son ya cuestiones ajenas (si debe
torear más o menos, en esta o en aquella plaza) o muy de matiz (si no hubo
ninguna faena perfecta, porque tampoco ningún toro lo fue; si alguna de las
fases podrían haberse alargado algo más;…).
Al fin, queda una tarde inmensa y momentos
de toreo únicos. Un ambiente excepcional. Y una senda de compromiso con el
toreo, con el modo de estar en la plaza, que desafortunadamente no ha habido
ningún toreo que haya querido (o podido) recoger.