"...Junto con otros tres hombres, un tímido banquero de Sevilla, un cínico octogenario de Barcelona y un chalán retirado de San Sebastián, controlaba el mundo de los toros. Estos cuatro príncipes de la fiesta española reinaban sobre todas las plazas importantes de España. Toreros, apoderados, ganaderos, críticos y aficionados, todos dependían de sus caprichos individuales o colectivos.
Sin embargo, el espectáculo que dirigían había estado en decadencia durante los últimos diez años. Se murmuraba que en España se había perdido la afición. El tedio había empezado a adueñarse del espectáculo taurino. Una juventud indiferente corría detrás de otras diversiones (...).
Entonces ocurrieron dos cosas. La televisión llegó a España. Y, aproximadamente al mismo tiempo, un nuevo mesías de la muleta (...) llegó de Andalucía. Con sus cabellos desgreñados, su angelical sonrisa y su terrorífico valor (...) sacudió los cimientos de la fiesta brava. Provocó controversias y vehementes vítores, admiración ruidosa y apasionado desprecio. Su rudo e ineducado estilo, valor casi desdeñoso, eran capaces de provocar cualquier emoción menos indiferencia y, difundidos en toda España por la televisión, produjeron un histerismo de masas como jamás se había formado alrededor de un torero. Barrió las telarañas de las plazas de toros, y (...) originó una demanda sin precedentes en las taquillas de todas las plazas de España, una frenética lucha por las localidades, de la cual era sólo una muestra la empeñada por la multitud frente al despacho de Las Ventas".
Salvo por la referencia a la televisión y a Barcelona, los dos primeros párrafos de ese texto podrían retratar perfectamente lo que sienten los aficionados actualmente respecto al estado de la Fiesta, su decadencia y las razones que la provocan. Incluso la referencia a los que gobiernan la Fiesta siguen llevando los mismos apellidos, aunque los octogenarios sean ahora de una o dos generaciones posteriores. Sin embargo, se trata de un texto de 1967 (¡de hace casi cincuenta años!) y de unos extranjeros, Dominique Lapierre y Larry Collins, que en "...O llevarás luto por mí" retrataron bien la España de posguerra y lo que supuso para la Fiesta la llegada de Manuel Benítez "El Cordobés".
El último párrafo de la cita da la clave de lo único que puede cambiar un rumbo descendente, que no es nuevo ni se llevará la Fiesta por delante (aunque ahora las amenazas son más sofisticadas y la defensa debería serlo también): la irrupción de un torero que, con su forma de enfrentarse a los toros, conecte con la sociedad actual.
En los últimos años, sólo ha habido uno que ha conseguido hacerlo con rotundidad, aunque, por vaya usted a saber qué razones, ha espaciado tanto sus comparecencias, que no ha producido el efecto catártico que a muchos nos gustaría.
El trono, pues, lleva muchos años vacío. Para quien quiera cogerlo y tenga los arrestos, la inteligencia y el carisma para hacerlo.
jueves, 28 de agosto de 2014
jueves, 14 de agosto de 2014
Reflexiones de agosto
En medio de una
temporada plana, con un solo triunfador rotundo (Perera), que ha golpeado en
Madrid, pero al que los rencores de despacho han dejado apartado de muchas
ferias y festejos de importancia, los aficionados seguimos repartiéndonos
mandobles entre nosotros mientras la mayoría de la sociedad vive ajena a la
realidad taurina y unos pocos antitaurinos consiguen un hueco muy superior al
que le da su representatividad por inacción y desorganización de los de dentro.
Hay quienes desde el pesimismo más tenaz, no paran de augurar el fin de la Fiesta por la desaparición de la variedad de encastes en las plazas de toros o por el compadreo de los taurinos haciendo festejos y ferias cada vez más predecibles y aburridas. Vano afán. La Fiesta durará lo que tenga que durar, como el fútbol, la ópera, las novelas policiacas o el Concierto de Año Nuevo de Viena. Cada manifestación cultural, cada representación del entretenimiento humano, se mantiene en tanto sirve a la sociedad en la que se inserta. Y el modo de entender del ocio actual es diferente del de hace treinta, trescientos y tres mil años. La sociedad ha evolucionado y con ella el modo de organizar sus horas y sus placeres. Incluso cuando un determinado evento se mantiene, va evolucionando o desaparece (salvo cuando queda como una reliquia vistosa que se contempla durante unos pocos años como pura añoranza del un pasado extinto).
Hay quienes desde el pesimismo más tenaz, no paran de augurar el fin de la Fiesta por la desaparición de la variedad de encastes en las plazas de toros o por el compadreo de los taurinos haciendo festejos y ferias cada vez más predecibles y aburridas. Vano afán. La Fiesta durará lo que tenga que durar, como el fútbol, la ópera, las novelas policiacas o el Concierto de Año Nuevo de Viena. Cada manifestación cultural, cada representación del entretenimiento humano, se mantiene en tanto sirve a la sociedad en la que se inserta. Y el modo de entender del ocio actual es diferente del de hace treinta, trescientos y tres mil años. La sociedad ha evolucionado y con ella el modo de organizar sus horas y sus placeres. Incluso cuando un determinado evento se mantiene, va evolucionando o desaparece (salvo cuando queda como una reliquia vistosa que se contempla durante unos pocos años como pura añoranza del un pasado extinto).
Una reflexión
medianamente desapasionada concluirá que es bastante inútil, pretencioso y
absurdo gastar las energías en tratar de hacer eterno un mero pasatiempo o una
manifestación cultural, sea ésta de la importancia que sea. Pero esto tampoco supone
que uno deba resignarse y rendirse cuando unos pocos tratan de impedir que se
divierta y disfrute como le venga en gana. Y menos aun, que tenga que dar la
razón con su silencio a quienes tratan de reivindicarse como poseedores de una
ética más depurada, en lo que no es sino una sensiblería mojigata de urbanitas
infantilizados que sólo conocen el reino animal por dibujos animados y
documentales añejos.
La preocupación
primera como aficionados, la primera para mí, al menos, es la de seguir yendo a
los festejos que a cada uno plazca, disfrutar y divertirse. Y que cada corrida
de toros sea un momento de encuentro con los amigos y, si es posible, con la
emoción y la belleza. Y cuando eso deje de ser así en alguna plaza, con alguna
ganadería o con ciertos toreros, deja uno de ir y se ha acabado el problema. Si
se puede, se deja constancia de aquellos que han acabado con su paciencia y a
otra cosa.
Porque me resulta
muy complicado exigir a los ganaderos criar no sé qué tipo de toros cuando, incluso
sin tener todos los datos, me temo que es un negocio cada vez más ruinoso. Y
que debe serlo aun más si no se pliegan a las demandas de las figuras (ciertos
tipos de ganadería) o de algunos sectores de la afición (otras, que también
tienen su demanda y a ella se deben). Aun cuando en su interior probablemente
unos ganaderos y otros desearían seleccionar animales con otras hechuras y
comportamientos.
Y tampoco soy capaz
de pedir a las figuras que maten ganaderías distintas a las que lidian
habitualmente. ¡Claro que me gustaría! Como querría que los toros de esas
ganaderías habituales en las corridas de postín tuvieran más movilidad y
bravura. Pero como me parece una temeridad ponerse delante de cualquier toro,
no se me ocurriría exigir que nadie se ponga delante de toros distintos de los
que ellos elijan. Y ha quedado dicho, si con los que se anuncian me aburren,
con no ir, fácil lo tengo. No son las figuras las que tienen aquí la principal responsabilidad,
sino los toreros del segundo o tercer nivel, que deberían demostrar, si tienen
capacidad, que ellos sí pueden torear distintos encastes y que lo que hacen en
la plaza con esos toros tiene más interés. Si así fuera, nadie dude que
cambiarían las tornas, y serían ellos los que llenarían las plazas y atraerían
al público. Si así fuera y si éste fuera el problema.
También a los
empresarios podría recomendarles que hicieran carteles más abiertos. Pero no
tengo claro si sería posible confeccionarlos. Si las figuras lo aceptarían, si
los noveles estarían a la altura, si los públicos responderían,… Y si ya es
costoso y arriesgado organizar un cartel en el que la respuesta del público es
previsible, la incertidumbre de los otros debe ser infinita. Son ellos los que
arriesgan su dinero. Si los supuestos salvadores de la Fiesta no están
dispuestos a arriesgarse y hacer ellos y sus clubes y tendidos esos carteles,
¿por qué hay otros que deban tener una responsabilidad de no sé qué tipo para
hacerlo?
Dicho lo anterior,
creo que sería bueno plantearse que la Fiesta precisa, en sus mecanismos
organizativos y de comunicación, ciertas dosis de adaptación a la sociedad
actual. Y que si no lo hace, se quedará fosilizada e irá perdiendo pujanza,
languidecerá y, tal vez, en unas décadas, desaparezca. O si permanece, lo hará sólo
como un reducto extremadamente minoritario.
El rito, lo que
sucede en la plaza, debe permanecer invariable. O, al menos, mantener su
esencia y profundizar en lo que tiene de puro, de más verdadero. Es
imprescindible que cada tarde de toros provoque la emoción en los tendidos. Y
hay que ser conscientes que, en una sociedad en la que la cultura audiovisual
lo ha invadido todo, en la que quien va a una plaza de toros ha podido ver en
un ordenador cientos de veces las grandes faenas de los toreros que se
anuncian, la pureza y exposición en el ruedo tienen que ser absolutas. O eso, o
será el aburrimiento más total. (Dicho sea con todos los matices: Fandi
emociona con su forma de estar en la plaza a miles de espectadores cada año;
como Padilla; y Manzanares también lo hizo en el Puerto el pasado domingo con
faenas muy alejadas en empaque y profundidad de las que hizo en sus mejores
tardes).
Pero a la vez, hay
que conseguir que el disfrute de la Fiesta en la plaza sea algo único, cómodo y
que acompañe y transcienda lo que sucede en el ruedo. Esto implica desde adaptar
los recintos, dar más información al espectador, hacer la lidia más ágil, con
menos parones, crear espacios donde sea fácil acudir con niños y con mayores,…
Y habría que valorar que quien acude a la Plaza tuviera después la oportunidad
de comentar con profesionales el comportamiento de los toros, la actitud de los
toreros, los aspectos grandiosos y menos lucidos de la tarde,… Hacer, en
definitiva, que ir a los toros fuera una experiencia especial. Del modo que
corresponda y tenga sentido en cada plaza y circunstancia: no puede plantearse
igual en Pamplona, en plenos sanfermines, donde tal vez lo mejor sea no hacer
retoques, que en Las Ventas (donde lo que haya que hacer durante un mes seguido
de toros a plaza casi llena será distinto que los domingos en los que cada vez hay
menos gente y suceden cosas de menos importancia).
Junto a ello, el
gran reto del toreo en la actualidad, como se viene poniendo de manifiesto por
los aficionados más lúcidos desde hace varios años, es conseguir que lo taurino
se traslade con normalidad a la sociedad. Muchos aficionados y profesionales, cuya
vida gira por y para el toro, que solo leen de toros, hablan de toros, escriben
de toros en twitter, siguen las andanzas de tal torero o ganadero,… no son
conscientes de que eso a lo que ellos dedican su vida no le importa a casi
nadie y no tiene trascendencia social alguna. Ferias taurinas como la de San
Isidro, que congrega a casi un millón de personas durante un mes en Las Ventas,
pasan prácticamente inadvertidas para la mayoría de la sociedad (este año, diez
días después de iniciada la feria, muchos taxistas en Madrid no sabían aun que había
toros todas las tardes). Y pocos ciudadanos sabrían dar el nombre de más de
tres o cuatro toreros, de dos o tres ganaderías, de un solo subalterno.
Convertir la
tauromaquia es un reducto para iniciados es una tentación. Pero no es realista.
Aunque a muchos nos pudiera gustar disfrutar de la Fiesta entre gente experta y
entendida, que apreciara una lidia bien hecha a un toro difícil, que reprochara
con respeto una faena desajustada, que reconociera la diversidad de encastes,
sus distintos trapíos y comportamientos,… lo cierto es que la Fiesta lo será en
tanto sea popular y diversa, subsistirá si hay muchos espectadores que llenas
muchas plazas de toros, que pagan sus entradas y repiten año tras año en los
festejos de su localidad. Y para ello, además de conseguir que lo que sucede en
el ruedo tenga interés, hay que lograr que la gente vea normal hablar de toros,
escuchar noticias taurinas, ver imágenes de festejos en televisión.
A esto es a lo que
debieran dedicar sus esfuerzos aquellos a los que preocupe la pervivencia de la
tauromaquia. Algo que resulta difícil exigir a los que viven de esto (sean
toreros, ganaderos o empresarios), a quienes les preocupa, como es normal, su
cuenta de resultados inmediata. Por eso, cualquier esfuerzo tendrá que venir liderado
por quienes no tienen un interés económico en ello, por aquellos a quienes solo
les mueve la pasión. No será sencillo. Pero sería bueno intentarlo. No por
tratar de ilusionarse con que la tauromaquia sea algo eterno, sino porque sería
una pena que quienes vengan detrás no pudieran sentir la belleza y la verdad
que nosotros hemos vivido en las plazas de toros.
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