El comienzo de las comparecencias en el Parlamento catalán de personajes favorables y contrarios a la prohibición de las corridas de toros ha puesto de manifiesto lo falaz de un debate que no es tal. La reacción política en otras Comunidades Autónomas defendiendo la Fiesta, probablemente bienintencionada, no ha hecho sino perjudicar los intereses de lo taurino. Y el perenne mutismo de los profesionales ha continuado demostrando que lo mejor que tiene la tauromaquia son sus aficionados.
En el parlamento catalán, lo que debía ser un debate político, se ha convertido en un debate sobre la Fiesta. Sobre sus valores y sus contradicciones. Sobre el dolor (o el sufrimiento) del animal. Sobre la tradición.
Pero nada de eso es lo importante cuando el debate se produce en sede parlamentaria. La discusión entre partidarios y detractores de la Fiesta ha existido siempre. El Cossío, sin ir más lejos, deja clara constancia de los argumentos que a lo largo de la historia han aportado unos y otros. Y muy recientemente, Francis Wolff, en sus “50 razones para defender la corrida de toros”, hace un repaso minucioso de los principales argumentos en contra de la tauromaquia, rebatiéndolos de forma didáctica y contundente a la vez.
Sin embargo, es absurdo que este debate se traslade a un parlamento autonómico, a un ente político cuya misión no es (no debería ser) hacer valoraciones morales de los gustos o aficiones de la ciudadanía, sino “simplemente” legislar. Y para legislar, lo relevante es plantear dos cuestiones. La primera, si el organismo autonómico es competente o no para esta prohibición en la distribución competencial que realiza la Constitución y el Estatuto de Autonomía de Cataluña. Y la segunda, si siendo competencialmente competente, es razonable políticamente que se traduzca legislativamente una determinada visión de lo moral.
El debate competencial es algo que, de forma inteligente, los partidarios de la Fiesta han obviado. En una autonomía como la catalana, con el debate identitario permanentemente en el debate público y la discusión jurídica sobre el Estatuto aún sin cerrar por el Tribunal Constitucional, dudar de la competencia de Cataluña para prohibir las corridas de toros (y hay razones profundas para hacerlo) es plantear la votación en términos de autonomía. Y esa votación, con la actual composición del Parlamento catalán, está perdida. El propio David Pérez, representante del PSC, defensor fiel de lo taurino y uno de los principales colaboradores de los taurinos en todo este proceso, se sintió profundamente ofendido ante una mera insinuación de esta falta de competencia en un reciente debate en la red.
Pero, como digo, el problema no es sólo el competencial. El verdadero debate es si un Parlamento debe trasladar a la legislación su visión sobre lo moralmente adecuado. O, dicho de otro modo, si el hecho de que una mayoría pueda considerar que los toros son “una aberración” puede conducir a prohibirlos. Y sobre esto no he encontrado rastro de debate en las abundantes informaciones públicas que han aparecido sobre el debate. Y esto creo que es lo que los taurinos deberían haber planteado. Lo otro, como bien afirma Wolff en la introducción del libro antes citado, es un debate entre sensibilidades. Y eso no es, no puede ser, el objeto de un debate parlamentario. Un debate donde unos, además, se dedican a insultar (a veces de forma tan obscena que sobrepasan todos los límites de lo admisible en democracia, como quien compara a los taurinos con torturadores o maltratadores) y otros, bastante hacen con defenderse. Por eso, no tengo siquiera claro que sea bueno estar en el debate. Pero, de estarlo, creo que hay que estar de otra forma. Primero, mostrando de forma contundente la repulsa a tener que participar en un debate en el que previamente te han insultado y vilipendiado. Segundo, manifestando que en una democracia cualquier moral es buena si no se atacan derechos (en especial fundamentales) de otros seres humanos (“humanos”, no animales, que vienen siendo desde el origen de las especies una cosa distinta). Luego aludiendo a las razones morales, artísticas, culturales y tradicionales de la tauromaquia. Y, por último, insistiendo en que se compartan o no estas razones y se tenga o no una sensibilidad que haga estremecerse frente al sufrimiento del animal eso no es, no puede ser, razón para prohibirlas.
Frente a esto, la Comunidad de Madrid ha iniciado el procedimiento para declarar las corridas de toros Bien de Interés Cultural en una iniciativa que ha sido secundada por las Comunidades de Valencia y de Murcia. No sé si se trata de algo oportunista (como dicen algunos) o es oportuno (como afirmó Carlos Herrera). Lo que creo es que es un error para defender la tauromaquia. Por dos razones. La primera, porque lo que los aficionados debemos defender es que es el Estado Central, y no las autonomías, quien tiene la competencia en este ámbito. Y, por tanto, iniciar una carrera entre autonomías para ver quién la defiende mejor es el mecanismo más sencillo para legitimar la competencia catalana para prohibir en su territorio las corridas de toros. Craso error. Pero, además, porque tal y como se ha planteado, lo que se pretende es presentar al PP como defensor de la Fiesta y al PSOE como pusilánime al respecto. Y reconducir la tauromaquia a un enfrentamiento entre derechas e izquierdas, entre conservadores y progresistas, es lo peor que le puede pasar a la Fiesta. Como sucedió durante la Transición. En la Fiesta cabemos todos y lo que hay que hacer es unir fuerzas, no disgregarlas.
Y esto es, al fin, lo más desalentador. Por incapacidad o cálculo estratégico, los taurinos están prácticamente ausentes de este debate. Son incapaces de generar una toma de posición a nivel nacional de los partidos, de conseguir que el Gobierno se pronuncie. No crean ilusión. Son los aficionados (y buena muestra es comprobar quiénes han sido los comparecientes en el parlamento catalán) quienes mejores argumentos tenían, quienes defendían con más vehemencia aquellos que les mueve, pero que no les genera ingresos sino gastos. Por el contrario, ¿dónde estaban los empresarios, los ganaderos, los periodistas,…? Tal vez mejor que no estuvieran, pero tiene su guasa que tengan que ser un alcalde francés, un filósofo de París y otro de Barcelona, quienes mejor defiendan la tauromaquia.
Sólo un ejemplo para entenderlo. En Francia, la organización que agrupa a quien promueven y defienden la Fiesta se denomina “Observatorio de las Culturas Taurinas”. En España, “Mesa del Toro”. Tengo para mí que esta diferente denominación evidencia de forma aplastante el distinto enfoque entre aficionados y políticos franceses y ganaderos, toreros, subalternos y empresarios españoles. Un distinto enfoque en el que sí está en juego de verdad la pervivencia de las corridas de toros. Y mucho me temo que habrá que seguírselo recordando a nuestros compatrioras muchas veces, muchos años.
(Esta tarde estaremos en Olivenza. Aunque no creo que veamos a Fundi, Tomás y Perera tal y como está lloviendo y con lo que lleva caído desde hace dos días. Otra vez será…).