Id a los arrabales blancos del sur y traedme el silencio a punta de capote. Allí crece la ortiga al filo de las tapias y el murciélago sueña de negro y azabache, suspendido del techo con garras fragilísimas en los cuartos oscuros hundidos por la cal. Cómo dice su pena al abrirse de capa, pareciera un albatros tirado en el albero que, de pronto, remontara los inmensos abismos y subiera a los tronos de los reyes errantes. Un equinoccio azul ha bajado a la plaza y los arqueros de bronce disparan bulerías para traspasar al arcángel, sus ojos milenarios están ciegos, pero llenos de luz.
Y dos alas heridas se funden en la fragua donde el toro y el tiempo estallan como olas.
“Plaza de Toros” (Isla de Siltolá, 2010)