17 tardes seguidas acudiendo a La Maestranza: como en Baden Baden, mejor, digo.
Terminó la feria.
El martes: novillada.
Cuando cayó el quinto de la tarde, allá por las nueve de la noche, tras un aviso del clarín, largo como un bostezo, me parecía que había entrado en la Plaza en una vida anterior: así de lenta, de quieta, de soporífera, transcurrió la corrida. Yo tenía que abandonar la Plaza porque me reclamaba una reunión importante, pero todavía siguieron -¿toreando? ¿lidiando?- una media hora más que debió durar lo que un ciclo cósmico. Los toros de Cuadri, tenían una bella estampa zoomórfica, una potencia contenida y reservada que tiraba a toro de Guisando y así anduvieron, tardos y reservados, pero quietos, con fijeza de estatua o sombra. No había cansancio de quilos sino casta en reserva, como solidificada. Y así estuviron los matadores y las cuadrillas, ¿hacía dónde volvieron la cabeza para quedar convertidos en cuerno de sal? Por instantes en la plaza nada se movía, ni el viento que rondó la plaza alteraba ni a toros ni a toreros, la dureza de los animales y la inexperiencia de los lidiadores petrificaron la corrida, que a ratos parecía una sucesión de diapositivas, de fotos fijas ¿Pero no era el toreo eso de parar el reloj? No así, no así.
Corrida para el aficionado, para el muy aficionado, con detalles interesantes en las que, sobre todo, se impuso la dificultad del ganado frente a unos toreros que no pasaron de las quince tardes el año pasado y así es muy difícil.
Fernández Pineda recibió a la verónica al primero que le cupo en suerte y el más manejable del lote. A todos los toros de la tarde se los intentó exhibir en el caballo, como en las corridas míticas de Guardiola, pero los animales andaban en lo de la estatua y tardaban una enormidad en acudir al peto, además no siempre la colocación era la más adecuada. Decimos esto porque en el primero de la tarde se creó el funesto precedente que impidió la lidia breve y aseada que merecían las reses. Brindó al público, pero no consiguió ahormar la embestida del toro que por el lado derecho tenía mucha calidad, el animal exigía mucho valor y el torero tardaba en citar y el toro se lo pensaba en acudir, aunque lo hacía con buen son cuando lo hacía. Faltó recurso técnico, faltó estar en el sitio y no faltó valor porque estar ahí tenía un mérito tremendo. El segundo de su lote era un toro acróbata con tendencia a la voltereta, a éste le sacó algunos naturales de valor y limpios, no obstante lo que más se aplaudió fue le decisión de matar frente a la voluntariosa justificación de que pecaron los necesitados espadas.
Serafín Marín hizo un bello quite por chicuelinas a su primero y luego nos fuimos al número del caballo a cámara lenta. Las banderillas se pusieron “muy malamente” y a pesar de las calamitosas condiciones de toro, muy reservón, Marín brindó al respetable. La torería no está en los medios con la montera, sino en la lidia. Estuvo por debajo del animal al que habría que haber sometido y podido más. Media estocada fue suficiente para acabar con la acabada embestida nula. En el segundo de su lote sin embargo consiguió la serie más templada de la tarde, hubo una buena tanda de naturales y una amenaza del toro que quiso cogerlo ya que de los convidados de piedra no se puede uno fiar. Le hizo una faena técnica que recibió el aviso de la puesta de sol cuando daba unas manoletinas de aburrimiento. En su favor decimos que llegó a sonar la banda que dio muestras, por un instante, de no ser de cartón piedra.
Manuel Escribano recibió el primero a portagayola, tenía mérito esperar ahí al toro lento, le enjarretó una tanda de verónicas discretas y el toro mostró algo más de codicia en el caballo. Después de las banderillas de Ferrera, ya no hay nada en los pares que me asombre, pero banderilleó Manuel Escribano con clase y clásico, al cuarteo en el centro, desde el estribo y al quiebro, después de aguantar mucho (y mucho tiempo) sentado en un terreno inverosímil en el que menos mal que el toro empedrado no embistió, porque no había sitio para salir y no consta que este matador tenga más vuelos que los del capote (ojo con las temeridades). Le sacó con la muleta una tanda de naturales a media altura pero el toro se rajó. Pinchazo y media. El Sexto, como dije, no lo vimos aunque nos consta que la temeridad repetida en la puerta de chiqueros le pudo costar un disgusto.
En definitiva: terna voluntariosa en tarde eterna, que lidió como supo o pudo unos lentos hermosos toros.
Notas:
En la de Cebada Gago del día después nos devolvieron la hora de más vivida hoy como si de un solsticio de invierno se tratase pues en una hora se finiquitó.
El Cid ha abierto la Puerta del Príncipe esta tarde con el toro de la feria, Bordoñez, que tiene nombre de bordador del toreo de la palma rondeña, un cárdeno Victorino que embestía como los ángeles. Además de la verdad clónica del toreo del Cid, la ha abierto, sobre todo, la ilusión de una feria que necesitaba venirse arriba. A alguien correspondía preparar la alfombra roja para que la pise Morante del que somos evidente partidario. Como dice el cantar del Mío Cid: apriessa cantan los gallos e quieran quebrar albores, esperamos a Morante, como quien espera al alba (¡Curro, vuelve!).
JOSÉ MARÍA JURADO