Acudíamos a Ciudad Real por la llamada, sobre todo, de José Tomás, de Morante y de El Juli. Y para ver toros con buenos amigos ciudadrealeños, que no es escasa razón tampoco.
La plaza, a decir de los habituales, mostraba un lleno que no recordaban ni los más viejos del lugar. Y mostró de ese modo, las carencias en los accesos y el acomodo. Complicadísimo y lento llegar a la localidad y desalojar la plaza. La comodidad del espectador, como siempre, descuidada. Es imprescindible hacer algo, en esta y en todas las plazas.
Luego, lo sucedido en el ruedo las dos tardes se vio condicionado por el descastadísimo comportamiento de los toros de Torrehandilla y Torreherberos el día 19 y los de Santiago Domecq y Ana María Bohórquez el 21. No hablo ya de presencia, sino de casta, fortaleza y empuje, de emoción en definitiva, que no hubo de forma plena ninguno de los dos días.
El viernes, Víctor Puerto se empeñó en reaparecer después de la cornada de Málaga, pero no estaba para hacerlo. Y se notó. Lanceó con más decisión que hondura a sus dos toros, pero con la muleta no hubo nada. En su primero, porque se rompió una pata al comienzo del trasteo y hubo que apuntillarlo (en una labor que se extendió mucho más de lo preciso); en su segundo porque se limitó a acompañar sin gracia ni poder las embestidas a media altura hasta que el toro se rajó. César Jiménez demostró firmeza, buen hacer y gusto en sus dos oponentes. Toreo variado y hondo de capa y compás abierto, riñones asentados y trazo templado con la muleta le valieron una oreja de cada oponente y la salida por la Puerta Grande. José Tomás toreó muy bien a su primero con la muleta en pases de trazo muy largo, hondo y, sobre todo al final de la faena, pasándose el toro muy cerca. Gran faena a la que le faltó toro y, por eso, toreo de capa y rotundidad. Como le faltó para redondear la tarde continuidad en el quinto, que se paró y al que era imposible sacarle nada. Hay que hacer algo para que los toros salgan con más acometividad, bravura y casta; si no, estamos perdidos.
La corrida del domingo fue una sucesión de toros flojos y descastados donde Morante sólo pudo dejar detalles en su primero, abreviando en el cuarto, lo cual generó una fuerte división de opiniones y un agrio debate en los tendidos sobre si, cuando un toro es imposible, hay que intentarlo o no (uno, quizá porque ve muchos toros a lo largo del año, prefiere que se abrevie; otros, que van mucho menos a la plaza, parece que quieren ver al torero estar allí, ganándose el jornal, aunque sepan que va a ser para nada). Juli estuvo bien con su primero (lo bien que se puede estar con un toro flojo pero que va con cierta nobleza), pero con el quinto ni siquiera eso fue posible. Y Fernando Tendero (torero de la tierra, casi desconocido, que sustituyó a Cayetano) salió a hombros después de cortar una oreja a cada uno de sus toros. Orejas de paisanaje y voluntad a partes iguales.
Así, señores, no se hace afición.
Uno no quiere el toro grande, ni discute la presencia más allá de lo imprescindible. Pero los toros tienen que moverse y tener casta. Esto no admite discusión. Si no, los llenos como los de esta Feria serán absolutamente pasajeros.
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