De las primeras corridas de toros a las que asistí, a finales de los setenta, guardo un recuerdo difuso. Algunos nombres sueltos, vivos colores de los trajes de torero, los banderilleros bajando por las escaleras del hotel,… Y las corridas de banderilleros. Los tercios compartidos en los que, sin peones, los tres matadores formaban un triángulo equilátero dentro del ruedo y, ellos solos, se ponían el toro en suerte, banderilleaban con espectacularidad y jugueteaban después con el toro. Eran Paquirri, Víctor Mendes, El Soro, Esplá,…
Con el paso del tiempo, uno descubre otras fases de la lidia, otros resortes para la emoción. Pero los tercios de banderillas siguen ahí, en un lugar recóndito de la memoria, que se agita cada vez que suena el clarín cambiando el tercio para darle paso. Y vuelve una estampa del pasado…
También Esplá, Encabo y Ferrera compartieron los palos en sus primeros toros. Los de Esplá adornados con los colores de la bandera de Alicante, los de Encabo con la de España (vestir una banderilla con los colores de la bandera de Madrid tiene que ser un auténtico prodigio) y Ferrera con la de Extremadura, que para eso le dieron el pasado septiembre la Medalla de Extremadura, aunque haya nacido en Baleares y Perera y Talavante sean de Badajoz. Pero como estos no banderillean, no llevan la bandera de su tierra por los ruedos del mundo. O a lo mejor es que a Fernández Vara le gusta más que los otros dos, que para gustos hay colores. No es que me desagrade que se la hayan dado a Ferrera. Me alegra que en esos reconocimiento figure sin complejos el toreo. Pero digo yo que teniendo la provincia vecina tres figuran en el escalafón (aunque Talavante no ande muy fino este año), podrían haberle dado la Medalla a los tres.
En esos tres primeros toros, los toreros banderillearon en general con suficiencia, aunque sin hacer nada especialmente destacado, sin quedarse solos casi nunca en el ruedo,… Y clavando unas veces con más acierto y otras con algo menos. En sus segundos oponentes, Esplá no banderilleó, Encabo puso razonablemente los dos primeros pares y en el tercero (por los adentros) no llegó a clavar y Ferrera montó un auténtico alboroto con tres pares tremendamente vistosos: el primero, en una mezcla de moviola al encuentro, el segundo quebrando de espaldas en el centro del ruedo y el tercero al quiebro, recortando después varias veces la embestida del animal. Uno, que es poco deportista (en los personal) y un clásico (en lo del toreo), admira el derroche físico de Ferrera y siente la emoción del momento, pero añora un estilo menos circense de la suerte, más torero. Volver a los pares de poder a poder, al encuentro, los quiebros,… Y añora sobre todo que se cuadre en la cara, que es evidente que en estas nuevas suertes es prácticamente imposible y se perdona. Pero, de vez en cuando, podían hacer una excepción y poner banderillas como se ponían antes. Como dice el Cossío. Como se ven en los videos de antaño.
Sirva este largo preámbulo como excusa para lo corto de la crónica de una corrida que tuvo su momento más señalado en el tercio de banderillas de Ferrera al sexto que ha quedado relatado. A ese toro precisamente Ferrera le cortó una oreja después de una faena vibrante que comenzó citando desde el centro del ruedo y recogiendo al toro con un temple razonable. Hizo una faena vistosa aunque poco ajustada en su primera parte y se metió luego entre los pitones, para rematar con una estocada entera, bien situada y correctamente ejecutada. Hubo petición y el presidente concedió la oreja aunque algunos aficionados cabales se decían entre ellos que ese no es el tipo de toreo que más gusta en Madrid. Otro, ni aficionados ni cabales, daban por saco, pitaban y protestaban como es su costumbre. Uno se esfuerza por no oirles, pero cuesta un trabajo…
Fuera de aquello, la corrida fue tan sosa como los toros. Esplá no hizo nada especialmente reseñable, aunque lidió con soltura a ambos toros (ninguna de las dos cosas nos sorprende a estas alturas). Y Encabo tampoco brilló, El segundo fue un toro violento al principio al que consiguió templar mediada la faena, sacando algún pase suelto de cierta calidad. Pero menos de los que el público consideró que era posible con aquel animal. Y en el quinto, flojo además de soso, el matador tampoco tuvo ningún resorte especial con el que sobreponerse a aquello. Ferrera, por su parte, en el tercero, consiguió hacer pasar al toro varias veces, pero el animal se quedaba parado (en general) y muy corto (cuando pasaba). Antonio se arrimó para poner con su voluntad la que el animal no tenía, pero ni por esas.
No era este el recuerdo que uno tenía de las corridas de banderilleros. Pero tal vez Madrid tampoco sea el mejor lugar para juzgarlas en la postmodernidad.
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