Vamos con retraso y hay que aprovechar los fines de semana para tratar de ponerse al día. Hoy tenía previsto comentar las ferias de San Miguel y Otoño, y a ello iremos en breve, pero las primeras palabras quiero que sean de ánimo para Juan José Padilla, para su familia y para los suyos. Padilla es un torero que lucha en la parte más dura de la Fiesta, en la de las corridas más broncas y las ganaderías más inciertas. Pero lo hace mostrando siempre un lado amable, un sentido lúdico que es encomiable. Un torero con enorme afición que ha dejado gestos impagables, como cuando el año pasado, al encerrarse en solitario con seis toros en Sanlúcar de Barrameda, toreó en una silla y con una muleta blanca, reivindicando los orígenes del toreo. O como cuando se encaró con los del siete en Las Ventas, algo que algunos no le perdonarán nunca, pero que es un gesto tan torero como cualquier otro y que debería repetirse mucho más con seres que tienen en la plaza comportamientos tan poco edificantes.
Ayer, Padilla sufrió una cogida espeluznante. Parece que a estas horas no se teme por su vida, pero que hay secuelas que tardarán en curar (esperemos que pueda recuperar la visión del ojo izquierdo). Un hombre que sale destrozado de una cornada como esa gritando “no veo” y clamando por sus hijos es un personaje que merece toda nuestra admiración. Son estas cornadas, y no la muerte de los toros, lo que puede hacer cuestionarnos la tauromaquia. Este es el verdadero debate ético. Y no el que proponen esos supuestos animalistas que ayer se burlaban de la cogida en internet. Que sujetos como esos quieran dar lecciones de moral es algo inadmisible. Su perversión es tan abyecta que debería ser objeto no sólo de tratamiento psiquiátrico, sino de condena jurídica. Y que sean las supuestas bondades filosóficas de sus propuestas las que tengan refrendo legislativo en sitios como Cataluña convierte en un esperpento la prohibición y en marionetas de lo absurdo a los políticos que han seguido sus consignas.
Nuevamente, todo mi ánimo para Padilla y para los suyos. Esperemos una pronta recuperación. Primero en lo físico. Luego, con los suyos. Y más tarde, cuando quiera, en los ruedos.
El repaso de San Miguel y de la Feria de Otoño parece ahora, no sólo lejano, sino casi prescindible. Pero dejemos unas pinceladas.
En Sevilla vimos las corridas del viernes, sábado y domingo. El viernes, Fandiño, Mora y Esaú se las vieron con un encierro de Pereda malo, descastado y sin gracia. Para colmo, el viento (compañero habitual en Las Ventas, pero no en La Maestranza) nos hizo compañía para complicar la tarde. Fandiño demostró su valor, su buen momento y dejó el mejor toreo con la muleta en el cuarto de la tarde. Nos permitió recordar, además, su particular concepción del toreo que consiste en dejar siempre la muleta muy adelantada. Algo que repitió en su tarde de Madrid. David Mora dejó momentos de toreo mágico con el capote; es el que mejor corte torero tiene de los tres, y lo demostró lo que le dejaron los toros y el viento. Esaú quiso demostrar sus ganas yéndose a porta gayola en sus dos toros, pero, una vez en pie, no dejó nada reseñable. Si quiere seguir en esto tiene que mejorar mucho.
La corrida del sábado, de Torrealta, no acabó de romper, pero dejó pasajes de interés. El Cid, al primero, el mejor toro de la tarde, lo toreó con solvencia, pero más acompañando al toro que embraguetándose con él. Era un toro con el que creemos que podría haber dado más de sí. Hubo momentos buenos, pero sin romper como se merecía. Talavante no tuvo un buen lote, pero aun así dejó un toreo templado y hondo excepcional. La faena al sexto tuvo momentos de mucha expresión, con un Talavante al que se vio muy tranquilo y poderoso. Castella estuvo discreto, ni bien ni mal, pero no hubo nada relevante de lo que acordarse.
Lo del domingo fue prodigioso en los dos primeros toros y luego se acabó. La faena de Curro Díaz fue tan inverosímil que cuando los mulilleros estaban arrastrando al toro la gente seguía preguntándose qué había sido aquello. Y aquello fue un toreo hondo, cadencioso, personalísimo, de pases con la muleta casi muerta que crearon una magnífica obra de arte efímera. La grandeza de toreros como Curro Díaz es que uno sabe que una faena así la ve sólo una vez. Que podrá verle torear muy bien otras tardes; pero que cada una será radicalmente distinta. ¡Qué pena que este torero haya tenido tan poco sitio este año y que haya desplegado tan poco este toreo con sabor! El Juli con el segundo estuvo soberbio. Lección de poder a un toro nada fácil al que dominó con una sabiduría y un saber estar memorables, para acabar toreando, además, con temple y hondura en un par de series cuando, al final, lo había dominado. Una pena que fallara con la espada. A partir de ahí, lo más reseñable, además de que los toreros lo siguieron intentando, fue la colosal obra, una vez más, de la cuadrilla de Manzanares, que dan una lección de lidia en cada toro. Manzanares, a pesar de su disposición, no tuvo en ninguno de sus oponentes un adversario con el que se pudiera hacer el toreo grande.
Lo del fin de semana pasado en Madrid es más fácil de resumir. En la corrida del viernes, los toros del Puerto de San Lorenzo salieron malos malísimos y flojos flojísimos, sin casta ni gracia alguna, salvo el cuarto que le correspondió… al Cid. (Por cierto, que si el de Salteras monta una peña para jugar a la Primitiva, invierto lo que haga falta: vaya suerte que tiene con los papelitos). El Cid citó al toro desde los medios al natural en el comienzo de la faena y tuvo momentos de gran toreo. Es un torero honesto, que deja al público ver a los toros y que pone todo su empeño en cada trasteo. En este hubo momentos importantes, pero tal vez sin la rotundidad que nos hubiera gustado. Falló con la espada y no hubo triunfo.
El sábado, lo de Gavira salió conforme a lo esperado. Es decir, malo malísimo. Sin embestir ni una sola vez. Así, las ilusiones y el buen hacer de Fandiño y Mora, y las ganas de la afición de verlos, se estrellaron contra un muro de falta de casta. Esto no era la oportunidad de rematar en Madrid la temporada en la que han destacado como los dos mejores toreros de los que van a la caza de las figuras. Esto es una encerrona. Deberían repetirlos, mano a mano, en el comienzo de San Isidro de 2012. Pero con una corrida de garantías. ¿Por qué se eligió lo de Gavira? ¿Qué había de nuevo para suponer que no iba a salir como aquella infausta de Sevilla de hace dos años contra la que se estrellaron Morante y Talavante? ¿O es que era la más barata de las que había en el campo?
Y lo de Adolfo, el domingo, infumable. Cornalones para dar miedo. Pero dentro, nada. Un despropósito de corrida. No puedo entender a los que han dicho en comentarios varios que prefieren mil veces una corrida de esta a cualquiera del encaste Domecq. Que hagan, por favor, una plaza y una feria sólo para ellos. Si hay algún torero que quiere torear para quien tiene esta visión de la “fiesta”. Los toros tienen que embestir. Lo que viene siendo seguir la muleta. Con más o menos peligro. Y exigiendo una técnica depurada o una mayor facilidad. Pero lo de Adolfo no metió la cara para seguir los engaños ni una sola vez. Y así no se puede. No hay tauromaquia posible.
… Y volvemos al recuerdo a Padilla. ¡Ánimo, maestro!
sábado, 8 de octubre de 2011
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