Esta tarde se cierra la Feria de San
Isidro 2013. Aunque la próxima semana seguirá habiendo festejos (de especial
interés el de la Beneficencia), el ciclo isidril como tal concluye hoy y comienza
la hora de las conclusiones y las críticas. Por si acaso alguien quisiera
tratar de impulsar lo que debería ser la muestra mejor del toreo, algo de lo
que, como es evidente, se encuentra completamente alejado.
Como aun quedan por salir seis toros y su
lidia puede dar motivos para la esperanza y el comentario, nos limitaremos en
esta entrada a los condicionantes de lo que sucede en el ruedo (en los próximos
días, cuando haya concluido realmente el serial, expondremos cómo hemos visto
lo que ha sucedido en la arena). Y es que, en Madrid, lo que sucede en el
exterior, en el tendido, en el tiempo, en los corrales, en los despachos, es absolutamente
relevante. Y muchas veces para mal.
Lo primero es el recinto. La plaza es de
una belleza singular y los accesos, lugares para el tránsito y demás son muy
aceptables. Pero es inadmisible el modo en que la climatología condiciona lo
que pasa en la arena. Un tiempo tan desapacible como el de estas tres semanas
ha puesto en evidencia la necesidad de tomar medidas. Se llamará cubierta o se
llamará como quiera que se llame. Pero no puede ser que haya tantas faenas en
las que no se puede lidiar en el lugar adecuado por el viento, en las que hay
riesgos graves para los toreros o en las que la gente abandona masivamente los
tendidos por el granizo, el agua y el frío. Un espectáculo de primer nivel (o
una celebración, o un rito, llámenlo como quieran, a estos efectos) no puede estar
tan condicionado por el tiempo en los años en los que estamos. Ni en una época
de deserción de las plazas puede obligarse al público (que es mucho más
numeroso que los aficionados) a soportar la mundial mientras “the show must go
on”.
Lo segundo es el comportamiento incívico
e irracional de unos pocos en los tendidos y en las gradas. Es evidente que uno
puede mostrar su disconformidad con algo que sucede en el ruedo, pero no puede
ir predispuesto a ello (léase pancartas y pañuelos verdes), hacerlo de forma
extemporánea (léase “ese toro se va sin torear” previo a una cornada) o
corearlo venga o no a cuento (léase “picador qué malo eres”). Por no insistir
en la evidente falta de ecuanimidad y de rasero común. Sin duda que uno puede
tener sus toreros y ganaderos preferidos. Y que está en su derecho a
aplaudirlos cuando no están bien y a comprenderlos cuando dan el petardo. Pero
precisamente por eso habría que ser algo más condescendientes cuando el que no
está bien o da el petardo es alguien a quien se tiene inquina. Todo ello,
suponiendo que sean conscientes de cuándo sucede una y otra cosa.
Otro elemento previo fundamental es la
presentación y selección de los toros que van a lidiarse. Afortunadamente,
vivimos años en los que embisten muchos más toros (incluso en Madrid) que hace
veinte o veinticinco años. Y el número de los que hay que devolver ha
disminuido drásticamente. Pero el animal que sale por chiqueros en Las Ventas sigue
siendo una versión bastante peculiar de lo que es el toro de lidia. Es mucho más
pesado, voluminoso y cornalón de lo que es el tipo habitual del bóvido criado
para el toreo. Y eso hace que su comportamiento (sus “prestaciones”) se
acomoden también en escasa medida a lo que corresponde a esta raza única en el
mundo.
Soy consciente de que además de los kilos
y de que se elija la cabeza de camada hay una alarmante pérdida de casta de
bravura generalizada en la cabaña brava. Y creo que todos debemos insistir en
que sin movilidad y picante es difícil sostener la emoción en la tauromaquia. Pero
es eso, la movilidad y la casta, lo que habría que buscar. Y dejarse de una
concepción del “trapío” descabellada, ridícula y que ha sido la causante de que
se haya perdido la enorme variedad de encaste por la que ahora claman los que la
han exterminado.
Otros elementos menores, pero en los que
hay que seguir insistiendo son en la indecencia que supone que el torilero y el
chulo de banderillas vistan de luces y en lo mal que suena la charanga (perdón “bandita
de música”), que una cosa es que no toque durante las faenas y otra que cuando
suena entre toro y toro contravenga simultáneamente todas las reglas del ritmo
y la melodía.
Respecto a los toreros hay algo que no
puedo soportar y es el “brindis al micrófono” y las declaraciones después de la
lidia de cada toro. Agradezco mucho la labor que hace Canal + Toros y creo que
la difusión es buena para la fiesta, aunque cada torero es libre para decidir
si se deben televisar o no sus actuaciones y en qué condiciones. Pero la cámara
debe recoger lo que sucede, no intervenir en el devenir de lo que pasa. Debería
ser (y perdón por la comparación) como un “voyeur”, que mira sin ser visto. El
torero tiene que conectar con quienes están en la plaza y para eso tiene que
hacerlo con gestos y discursos sin palabras. Con la televisión se han perdido
muchos brindis al cielo, o brindis íntimos,… Todo se pretende para la pequeña
pantalla. Y pierde la grandeza del rito.
Por último, es especialmente de agradecer
la intensa vida cultural que en estos días tiene lugar en las dos salas de la
plaza (Bienvenida y Cossío), con presentaciones de libros, jornadas y
conferencias y las exposiciones que pueden verse en distintas zonas de la
plaza. El siguiente paso sería tratar de que todo ello llegara algo más a
quienes no son aficionados. Queda un importante camino por recorrer para que
durante una o dos semanas todo Madrid hable de toros. Es un empeño difícil,
pero en el que hay que poner todo el esfuerzo que haga falta. Porque en ello
nos jugamos el futuro.
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