Lo que estamos viviendo este comienzo de temporada taurino es realmente de locos. Uno a veces tiene la sensación de que hay una lucha encarnizada por ver quiénes se quedan con los restos del sembrao, aunque sea restos cada vez más escasos y aunque con ello se esquilme la tierra para siempre.
Desde un punto de vista empresarial, económico, todos tienen sus razones y todos están haciendo algo rematadamente mal. Pero lo más grave es que no hay nadie que esté anteponiendo los intereses de la Fiesta. Lo cual es perfectamente entendible cuando no hay una estructura independiente, cuyos ingresos no dependan de lo que suceda este año, o el que viene, que tenga la defensa de la tauromaquia, su organización, como objetivo único. Es evidente que la Mesa del Toro ha fracasado en este objetivo, como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta sus mimbres.
Vayamos por partes.
El hecho de que los toreros quieran defender sus derechos de imagen es lícito y lógico. Lo que es absurdo es que no lo hayan hecho hasta ahora. Que además quieran utilizar esta negociación para reivindicar una mayor presencia en los medios generalistas y dar facilidades para la vuelta de los toros a TVE es algo encomiable. Pero lo que no tiene sentido es que se haga de forma agrupada (es decir, con un monopolio de oferta), secreta o sigilosamente, de forma precipitada y sin atender a los compromisos previos de los empresarios. Es decir, que si los toreros dijeran que quieren negociar individualmente los derechos de imagen (como en su día hicieron Joselito o JT), sería magnífico. Y si lo hicieran muchos, negociando cada uno lo que pueda negociar en función de su fuerza en las taquillas, en los despachos y en el ruedo, sería aun mejor. Y si además se dijera (como sucede en otros ámbitos de relevancia pública) qué pide y qué ofrece cada uno, sería extraordinario. De esa forma, los empresarios, que tienen compromisos asumidos con los propietarios de las plazas y con las cadenas de TV, sabrían hasta dónde pueden llegar con cada uno, para tratar de que en las ferias estén los mejores, que es de lo que se trata. Sin duda, una aspiración legítima la de los toreros, que se ha ejecutado mal y a destiempo con un indudable perjuicio para muchos de ellos, para los aficionados y para la tauromaquia. ¡Mal vamos!
Lo de los empresarios es algo parecido. Ya decidieron en Francia ponerse de acuerdo en el modo de enfocar las negociaciones, y lo proclamaron públicamente con asombro de quienes creíamos que en toda la Unión Europea había normas que prohibían al menos ciertos acuerdos de precios entre competidores... En España, el concurso de Las Ventas ha demostrado que cabe la unión de perfiles muy distintos para asegurar una cierta rentabilidad (aun no han salido los carteles y, por tanto, no sabemos si el ahorro del canon repercutirá en una mejora sustancial de la calidad del conjunto de la temporada). Y existe la sospecha (de momento solo eso) que hay cierto ambiente proclive a "castigar" a quienes se consideran líderes de este movimiento: El Juli y Perera. Lo de los carteles de Sevilla será todo un ejemplo: si no se contrata al Juli después de las dos últimas temporadas que ha hecho en el coso del Baratillo es para que el Domingo de Resurrección, cuando el empresario llegue a su burladero del callejón, se escuche la pitada más grande que se recuerda a orillas del Guadalquivir. Me gustaría que todo esto fueran sólo culebrones de invierno, pero sabiendo cómo se las gastan algunos no descartaría que se castigaran ellos y castigaran a su público sólo porque nadie les plante frente. Los empresarios tienen razón para quejarse porque se les traten de cambiar por parte de los toreros las reglas del juego de forma sorpresiva y sin tiempo para reaccionar. Pero eso no justifica en modo alguno las represalias a los toreros. La forma de actuar debía ser exactamente la contraria: trasparencia e información diaria y real. Para que cada cual quedara retratada y para que los números no fueran un ejercicio de adivinación, sino algo de la aritmética más elemental.
Luego están los ganaderos, que tienen organizada una en la principal asociación de los suyo, que da realmente pena. Con la disminución de festejos y la ruina en la que se encuentran muchas explotaciones uno entiende casi todo, pero ellos son una parte esencial de este asunto y la absoluta falta de casta de lo que sale por toriles es tan preocupante que ya podían echarle horas a esos y tratar de ponerse de acuerdo en poco tiempo en cosas secundarias.
Y las Administraciones, que en épocas de carencia tratan de exprimir lo que se puede en los Pliegos, manteniendo cánones altos para quien quiera gestionar plazas a las que cada vez va menos gente, en vez de considerarlas una actividad cultural y primar otras variables. Por no aludir al comportamientos de otras administraciones (caso del Ayuntamiento de San Sebastián) que defiende que hay que reconvertir la plaza para otros usos... Probablemente el sector debiera tomar conciencia de que no es sensato mantener una situación en la que, con contadas excepciones, la posibilidad de dar festejos depende de que las administraciones quieran (porque ellas son las propietarias de los cosos y ellas son las que los sacarán o no a concurso, y en las condiciones que decida). No es sensato que no haya más plazas privadas con sistemas de gestión y fórmulas de obtención de ingresos más modernas.
Lo de los aficionados es también para anotarlo. A poco que uno lea blogs, siga asociaciones y tertulias, o escuche comentarios de quienes llaman a programas de radio, se queda estupefacto de cómo la mayoría de los habituales son, o bien integristas de un tipo de toros al que no se recuerda se haya hecho una faena artística en los últimos veinte años (y ya me dirán con eso, cómo vamos a conseguir aficionados nuevos, de los que hacen falta), o bien perfectos iletrados que sólo creen en teorías conspiranoicas de todos los que están en este negocio contra los pobres paganos que pasamos por taquilla.
Lo de los periodistas, tal y como está la profesión, tal vez se les deba perdonar. Como hay un miedo atroz al paro y a la falta de publicidad (la única que existe, que es la del propio sector taurino) no hay periodismo de altura, ni de investigación, ni riguroso. Más allá de que a uno puedan gustarle cierta publicaciones, espacios de otras y algunas retransmisiones o programas de radio, echa de menos lo que debería ser otro modo serio, plural, incisivo y culto de enfocar las cuestiones.
En este lodazal, por primera vez un Ministro de Cultura decide que hay que proteger y favorecer la Tauromaquia. Pero si uno se pone en su piel, ¿con quién lo hace?, ¿a quién le pide ayuda?, ¿quién puede proporcionar una visión desinteresada, abierta e integradora? ¿Los toreros que no quieren que se sepa lo que están pidiendo?, ¿los empresarios que excluyen a los toreros triunfadores de sus ferias?, ¿los ganaderos que durante casi un año son incapaces de nombrar alguien que les represente?, ¿los aficionados que reivindican el toro del siglo XIX y creen que todo es fraude y engaño?, ¿los periodistas que están sólo para no molestar?,...
Menos mal que luego, con el calor, salta el toro al ruedo, hay alguno que embiste, un torero al que el duende le atrapa, se obra el milagro y no podemos dejar de volver a la plaza. Pero alguien debería ver que cada vez somos menos, que la crisis viene muy dura y cada vez menos gente está dispuesta a gastarse mucho dinero en plazas incómodas para ver, la mayoría de las veces, espectáculos sin emoción. Hay mucho que hacer en la comodidad de las plazas, en que haya menos festejos pero de más calidad, en una mayor difusión y conocimiento de la tauromaquia.
Mucho que hacer, sin una estructura que tenga esto, y no otra cosa, como objetivo. Probablemente a quienes tienen que ganarse el pan con profesiones vinculadas al toro no se les puede pedir que atiendan mucho más allá de sus propios intereses. Pero si es así, al menos deberían favorecer que hubiera instituciones que sí velaran por el futuro de la tauromaquia.
Porque nos va mucho en ello.
miércoles, 15 de febrero de 2012
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1 comentario:
La han líado parda.
Excelente análisis.
El Domingo de Resurrección en Sevilla cojea.
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