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viernes, 8 de junio de 2007

La Trinidad de Morante (el quite del sobresaliente)

Lorenzo ha ejercido como primer espada en la crítica de la Corrida de la Beneficencia y lo ha dejado todo dicho, permítasenos, no obstante, el quite del sobresaliente.

Tenemos por escribir la crónica de la corrida de la feria de abril en que Morante se fue a la puerta de chiqueros, entonces ya vimos al triple Morante, el mismo que, a través de la televisión nos arrancó lágrimas el miércoles.

La tauromaquia moderna, antes de la verticalidad manoletina -con sus estragos y sus aciertos técnicos- nace con Joselito, Belmonte y Rafael el Gallo, no sólo porque dispongamos de medios audiovisuales y crónicas más contrastadas, sino por la consolidación de la fiesta y de ciertos conceptos de la fiesta. En esta tauromaquia no se ha de entender sólo el arte de lidiar, sino la forma de constituirse al arte taurino en el que se puede empezar a distinguir matices y corrientes que se confundían antes en la lucha con el animal y por la forma o formas de ser torero y la vinculación del toreo con las artes y la filosofía en la edad de platino de la cultura española.

En este sentido no podemos dejar de recomendar la magna obra de Manuel Chaves Nogales: Juan Belmonte Matador de Toros que posiblemente sea la mejor biografía (y más entretenida) escrita en el siglo XX, se puede encontrar en Alianza Editorial. Para una percepción más profunda son muy interesantes las crónicas de Gregorio Corrochano, sobre todo las recogidas en Espasa con el título: La Edad de Oro del Toreo. Y los videos de época de Achúcaro.


En Sevilla, Morante, demostró que es tres en uno y uno en tres: la perfección taurómaca. Al primero que le tocó en suerte lo pasaportó con una "espantá" digna de Rafael el Gallo (arquetipo de los Romero y los Paula), para acercarse luego a la puerta de chiqueros, transverberado en Joselito, y recibir al toro con unas verónicas de mano baja que parecían derechazos y que eran mismamente instrumentadas por el poder de José que aparició nuevamente en la muleta, donde el giro de brazos belmontista, la rotura barroca del trazo de cada pase con la intensidad trágica de Juan se adornaba con los afarolados y los molinetes de estirpe gallista (el molinete de Belmonte es otro).

¿Y en la Beneficiencia?

El poder en banderillas era el de Joselito y el par al quiebro -de sabor tan antiguo- sólo podría ser de Rafael el Gallo, el divino calvo que invento tres cuartas partes de las suertes modernas, le faltó haberlo puesto sentado en una silla de enea. ¿Y las verónicas templadas de Belmonte, y esa media Belmontina y esa tragedia, ese miedo latente del Gallo, y ese andar entre los pitones con la fuerza de mando del gigante Joselito y la tragedia de Juan?

Vimos a Morante como al Cristo de la Piedad del Baratillo muerto entre sus banderilleros, así de roto iba con una cornada aparente en la tripa, como la de Bailaor, hacia el transmundo y reluciente salió para dar valor artístico al misterio de morir con la muleta en la mano.

Nos ha hecho llorar dos veces este año. Nos asusta su tristeza, seria, profunda, de raíz Belmontista..., nos divierte y nos preocupa, que lo que le falta de Rafaé (el Gallo), lo ponga el Paula en ¿director de lidia?

No se puede torear mejor, si torear es palabra válida.

Ahora mismo están Castella, Talavante, Manzanares, El Cid, El Juli y Ponce, el fantasma presentido de José Tomás y, luego, José Antonio Morante de la Puebla (la Santísima Trinidad del Toreo, transfigurado en Madrid y Sevilla).

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