¡No va más! ¡Ahí queda eso!
El domingo había que estar allí. Por razones culturales y estéticas, por razones políticas y éticas, por afición y por cultura, por amistad y por pasión, por recuerdos de la historia y por presagio de futuro. Y allí estuvimos. Reivindicando nosotros la Fiesta antes de que empezara y rindiéndonos al toreo desde que los toreros hicieron el paseillo.
Esto no es una crónica al uso, porque la corrida no lo fue (aunque tal vez, si consigo librarme de este ritmo frenético de final de curso trate de hacer algo más extenso).
La del domingo 17 de junio de 2007 en Barcelona pasará a la historia como una tarde de toros paradigmática. De cómo debe acudir al público, de cómo deben salir los toros y de cómo deben estar los toreros.
Porque, como tenemos escrito, el toreo no es faena de muleta. Es ritual. Y el del domingo fue perfecto. Como una celebración de la Pascua en el Vaticano. Como un Concierto de Año nuevo en Viena. Como un baño purificador en el Ganges (antes de que estuviera contaminado) o una peregrinación a La Meca sin radicales.
No, no es sólo que Cayetano tuviera su mejor tarde de toros e hiciera dos de las mejores faenas del escalafón en lo que llevamos de temporada. No es sólo que Finito dejara pinceladas de su arte y resquicios de su falta de pundonor (a veces, también torero). No es sólo que José Tomás... TOREARA, olvidándose de sí y de la muleta, en espacios inverosímiles y con una pasmosa displicencia.
Es que la sensación de plenitud fue completa. Que las emociones se fueron sucediendo con la mayor intensidad que permitía el respeto a la salud de los espectadores.
Y por volver a José Tomás, para mí ha sido una de sus tardes más completas (de las que yo le he visto, y han sido unas cuantas, incluyendo la mayoría de sus salidas por la Puerta Grande de Madrid). Y, desde luego, la más apasionada.
No parece que haya vuelto para echar el rato, sino para plantear un reto. Si el toreo sobrevive en el siglo XXI será desde la pureza. Y lo suyo es una forma de pureza (no la única, pero sí una muy evidente).
Su estoica quietud llega de tal forma a los tendidos que es imposible no ponerse en pie al final de cada serie. La reivindicación de la gaonera, del natural a pies juntos, de la manoletina,... nos traslada al misterio del toreo. A la esencia sin la cual la estética es vacía.
Volveremos a verle (espero que sea el sábado en Algeciras). Y como siga así va a reventar en el camino a más de uno. Porque no sirve aliviarse.
¡Lástima que Morante haya cortado su temporada! ¡Que se recupere (lo primero) y que vuelva (cuando lo sienta)! ¡Vaya dos formas de pureza!
¿Cuándo dijeron que había sido la edad de oro del toreo...?
miércoles, 20 de junio de 2007
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