En
los últimos diez días todas las revistas, portales y blogs taurinos han
reseñado de forma prolija lo acontecido en Huelva los días 2 al 5 de agosto, en
una feria que muchos recordarán largo tiempo y que a otros (me consta) les ha supuesto
el nacimiento a la afición. Viví dos de esos días, los mano a mano de José
Tomás-Morante y Juli-Talavante. El día anterior estuve en La Maestranza en la
final de las novilladas de promoción y el domingo en El Puerto viendo a Finito,
Morante y Perera. El jueves siguiente acudí por primera vez a los toros en
Portugal, a la corrida mixta de Lisboa (Campo Pequeño) con Paulo Caetano y Joao
Moura Caetano a caballo y Víctor Mendes y Manuel Dias a pie. Cinco festejo en
cuatro plazas distintas, con una misma pasión y formas muy variadas de
disfrutarla. Más allá de lo acontecido en el ruedo cada tarde, de lo que hay
suficiente información, quiero compartir algunas reflexiones que me ha sugerido
este periplo.
Una
primera evidencia es que los aficionados hablan (hablamos) con insistencia de
que la Fiesta se está acabando, parecemos regodearnos en los males que la
acechan, y a la vez los festejos taurinos siguen siendo un elemento básico de
distracción y entretenimiento de muchos. He visto todas estas tardes caras de
felicidad y comentarios exultantes de cientos de espectadores que acudían ese
día por primera vez en el año a una plaza de toros, que desconocían el nombre
de la ganadería, los componentes de la cuadrilla de cada torero, el número de
festejos en los que había intervenido cada matador y los triunfos que había
tenido o desaprovechado. Gente, en fin, que sólo iba a pasarlo bien. Y que, con
esa predisposición, disfrutó de la tarde.
Cada
vez tengo más dudas de cuál es el adecuado equilibrio entre la exigencia del
aficionado por la pureza y el ritual y la festiva despreocupación del
espectador ocasional. Días antes, en Valencia, en el mano a mano entre Ponce y
Morante, salí de la plaza con la sensación de haber visto sólo algunos
chispazos de arte de Morante y de la inteligencia, capacidad y técnica de
Ponce, pero sin la sensación de haber disfrutado de una gran tarde de toros.
Algo muy distinto a lo que sentían la mayoría de los asistentes al festejo.
Probablemente quien ha visto muchos toros en directo y en vídeo, quien ha leído
en abundancia sobre la Fiesta, tiene la pretensión de vivir en cada corrida
hechos memorables, dignos de ser recordados en libros y vídeos. El listón está
cada vez más alto y la realidad difícilmente puede alcanzar la excelencia cada tarde.
Por
eso, creo que los aficionados haríamos bien en tratar de liberarnos de muchos
de los prejuicios acumulados y acudir a la plaza a disfrutar. Como todos esos
que acuden por primera vez, que no leen las crónicas de los portales ni de las
revistas especializadas, que no saben qué es el Cossío ni pueden responder a la
pregunta de qué es un encaste. Tal vez de este modo pudiéramos engarzar nuestra
forma actual de ver los toros con el origen de nuestra afición.
Sin
embargo, esta “limpieza de corazón” de los aficionados sólo tiene sentido si se
ve correspondida con algo que ha estado presente todas estas tardes de agosto:
un compromiso y una motivación extraordinaria de los toreros. No comparto la
visión de muchos aficionados de que los toreros siempre están tratando de “engañar” al público, de “hacer trampas”, y que por eso hay que
ser tremendamente rigurosos y exigentes. Pero de lo que no cabe duda es que el
compromiso y la motivación de los toreros varían sustancialmente de una tarde a
otra. Por eso, la presencia de José Tomás es, en este momento, absolutamente
insustituible. Porque cada tarde que actúa, más allá de su propia verdad, de su
compromiso y de su toreo, supone un reto para el resto del escalafón, que en
esa misma tarde en esa plaza, en otras tardes en la misma feria o en fechas
cercanas en otras plazas quieren hacer la faena de su vida que les iguale o
sobrepase al mito.
Vengo
defendiendo desde hace tiempo que el futuro de la tauromaquia pasa por una
reducción del número de festejos compensada por una mayor certidumbre de que el
mismo tendrá interés, ya sea por el éxito artístico de los toreros, por la
bravura y nobleza de los toros, o por sentir que los diestros se han dejado en
la lidia hasta el último pedazo de su orgullo y su tesón. Algo tremendamente
alejado del aburrimiento y la nadería generalizada tantas tarde. San Isidro en
Madrid, sin ir más lejos.
Comentaba
a la salida del sábado en Huelva con un compañero de avatares gastronómicos y
taurinos de ese fin de semana que él, que acudía por primera vez esos días en
esta temporada a los toros, en tres tardes (final de las novilladas en Sevilla,
José Tomás-Morante y Juli-Talavante) había visto más toreo que el sucedido,
agregadamente, en las Fallas, Feria de Abril y San Isidro de este año. Si hay
exageración, no es mucha. Y la conclusión es apabullante: o las grandes ferias
se reinventan o dejan de tener el más mínimo sentido. Desde luego, no crean
afición. Y es más que probable que sólo colaboren a destruirla…
(Continuará)
1 comentario:
Bien, por la vuelta Lorenzo.
No dejes de contar lo que es una Maestranza llena en plena noche asfixiante de julio!!!
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