La corrida con la que dio inicio San Isidro fue mala de solemnidad. Los toros fueron absolutamente descastados, con un punto (o varios) de mansedumbre.
Frente a estos animales no se puede pretender el lucimiento y Abellán, Leandro y Nazaré recogieron seis significativos silencios al despachar a cada uno de sus toros.
Dicho lo cual, uno esperaría que en tardes así al menos la lidia se hiciera con cierto criterio. Creo que la mayoría de los toros se lidiaron muy mal. Tanto al recibirlos de capote, como en los tercios de varas (desastrosos), banderillas (aunque hubo algún par bueno) e incluso con la muleta.
Vayamos por partes. Con el capote, sería conveniente tratar de parar al toro antes de querer lancearlo de forma lucida. Y esto debería hacerlo un peón. Si no es así, porque el público no lo admite (o porque los toreros creen que el público no lo admite, o porque el Sindicato de Banderilleros le ha dicho a sus asociados que eso no forma parte de sus obligaciones según el Convenio...) el propio matador cuando recibe al toro debe fijarlo primero y bregarlo antes de tratar de ir corriendo entre verónica deslucida y verónica deslucida. Y cuando haya finalizado o se haya aburrido, debe tratar de dejarlo fijado en algún lado de la plaza que no entorpezca la salida de los caballos y la colocación de estos para el tercio de varas.
Sé que con toros mansos y correosos no es fácil hacer las cosas bien, pero lo de los tercios de varas de ayer fue un sainete. ¿A cuántos toros se les picó con el caballo colocado en su sitio? En muchos casos, como el toro estaba corriendo por la plaza, se encontró con uno o dos caballos (más no había) y le dieron puyazos o refilones allá donde cayó la puya. Creo que el caballo de picar debería salir al ruedo por la Puerta Grande. Hay muchas razones para ello, aunque haya mezquinos (gritones, que no influyentes) que se siguen oponiendo a ello. Pero mientras sigan saliendo por la puerta contraria y tengan que darse media vuelta al ruedo para llegar a su sitio hay que tratar de que el toro no interfiera en ese paseo.
En banderillas el asunto mejoró algo, porque algo vimos, pero el asunto fue también notablemente irregular.
Y con la muleta pasa algo parecido a lo del capote. ¿A qué viene que a un toro al que no se ha fijado en el capote, que se le ha picado de cualquier modo y que ni siquiera en banderillas ha fijado su atención el matador comience su faena colocándose ceremoniosamente para citarlo en redondo? Pasa lo que tiene que pasar, que el toro va, el torero acompaña la embestida hasta donde puede y como el toro sigue corriendo, allá que va el matador a volver a colocarse para volver a hacer lo mismo. Me gustan las series de derechazos y naturales. Es la base del toreo actual. Pero, ¡joder! la lidia tiene sus resortes y al toro se le puede torear por bajo, cambiarle los terrenos, llevarle en una distancia o en otra, no quitarle la muleta de la cara para tratar de evitar que salga suelto al final del muletazo...
La tarde de ayer no hubiera sido lucida de ningún modo. Los toros no lo permitían. Pero si todos los que estaban vestidos de luces hubieran querido (y sabido) hacerlo todo bien, perfecto, buscando la excelencia, la tarde hubiera sido distinta. Hubiera habido toros que se habrían ido sueltos, otros a los que se habría toreado cerca de toriles, hubieran salido sueltos de la suerte de varas o hubiera habido que mover al caballo a otros lugares de la plaza,... Pero la tarde hubiera tenido su ritual. La lidia, su sitio. Y eso es lo que justifica, incluso en tardes como esta, la Fiesta. Y cuando no lo hay, uno sale aburrido. Y molesto.
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