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lunes, 7 de abril de 2008

Toros de viento. Arte de lluvia.

Enrique Ponce, ovación con saludos y silencio
Sebastián Castella, silencio y ovación con saludos.
José María Manzanares, silencio y dos orejas.


Un paño de pureza rodeaba a la ciudad, deshilachándose en lluvias sucesiva hasta abrir, a la hora en punto del miedo, un claro inmenso de sol sobre la Plaza, reluciente y nueva bajo la luz, pero azotada por un vendaval, como un barco a la deriva con las velas rotas.

¡Por allí resopla!

Y bajo las jarcias agitadas, capotes fucsias, malvas, telas rojas, aparecieron uno a uno cinco toros de viento y un toro de agua.

Desiguales, desbravados, feos, pero con algo de son.

Enrique Ponce recibió el peor lote, su segundo toro fue un soso y sin energía que no duró nada, al primero –supo hacer la lidia junto a las tablas- le sacó muletazos estimables, pero cuando los derechazos empezaron a ser desmayados, el huracán quería romper la faena, como una colada de muerte bajo cualquier revolera de las telas. Hubo un precioso cambio de mano rematado por bajo marca de la casa y algún natural a media altura largo, lo mató muy bien y fue ovacionado, con menos viento quizá hubiera sido, en los medios, toro de triunfo.

Pero no se podía, ya en la salida de su primero Castella –precioso el terno catafalco y el capote rosa de paseo- fue desarmado por el aire y listo a merced del toro, aún así –desmedida ansia de triunfo- con el moby dick de los cuernos se peleó en el centro del ruedo, más con el torbellino que flotaba que con el animal. El toro del viento no se puede torear, lleva mucha muerte y te descubre pronto. Curro Molina lo banderilleó de forma excelente. No entendemos por qué Castella no hizo el toreo donde Ponce, más resguardado, no se puede torear contra los elementos. El quinto fue protestado de salida por escasa presentación, tenía cara de vaca y era largo, fuera de tipo, pero –cosas curiosas- se descubrió bravo en varas, derribando al caballo. Imposible el toreo en los medios tras el brindis, aún no se ha inventado el torero que además del tiempo, pare el viento. Imposible. Y de un lado a otro de la plaza se perdió colocación y temple, aunque hubo fases preciosas en la faena y parecía que Castella se encendía: lo hace demasiado tarde, cuando ya no le quedan más que toros de aire… El público estuvo con él y si lo mata le hubiera otorgado una oreja. Lo más bonito fueron dos pases de la firma al son de los Suspiros de España, que no eran suspiros, sino bramidos meteorológicos.

Del primero de Manzanares poco o nada se puede decir, cuando lo estaba cuajando a la verónica lo descubrió el aire. En la muleta, sólo los derechazos sosos que el animal se dejó dar y que el viento se llevó. Cuando salió su sexto se cernían sobre la Plaza todas las sombras de Mordor, las del aburrimiento y el frío y las de una nube negra, como panza de burro, dispuesta desplomarse cual bomba atómica contra el albero. Y así fue: toro de agua y testa de Neptuno, mientras se alejaba, azul, el cielo de Tiépolo que tuvo la tarde y que es el azul Tiépolo del terno de Manzanares, llamado –y el miércoles lo confirmará- a ser figura de época, superior –si cabe- al padre. No se puede torear mejor, recuerda a lo que hemos visto de Antonio Ordóñez, a lo mejor de Ortega Cano, a Curro Vázquez, a Antoñete, e inevitablemente a Manzanares, con ese cambio de mano trade mark. Y la serenidad, de la que ya hablamos el otro día, bajo una tromba absoluta, con el barco haciendo aguas y él achicando con la muleta la dulzura de una embestida ralentizada por él al son de un pasodoble que hemos venido tatareando empapados mientras toreábamos por las calles y que luego supimos que era ¡Cielo Andaluz! Con el diluvio universal no podía ser otra cosa. Bajo el paraguas sonaron olés rotundo por tres series con la derecha y un par de ellas hondas al natural, pero sobre todo, ese cambio de mano que vale lo que una estatua, un circular y algunos naturales eternos y los ayudados por bajo, las trincherillas, enlazadas, con lo que puso al toro en suerte, esa hondura hay que sentirla y verla para entender el arte del toreo, algo se escapa del alma cuando se ve, tan claro que la belleza se pone en pie bajo la lluvia.

Tras levantar la tarde no podían ser sino dos orejas aunque la faena lo fuera de una y media, qué más da. El agua nos llevaba, pero no se llevará los pases de esta tarde, de viento azul y manzanares.


La tarde era lluviosa y desapacible, pero yo me he tomado el pescaíto con mi mujer y mi hija viendo el alumbrao por la tele, en la mesa camilla, que es donde mejor se ven las cosas, salvo los toros y la Semana Santa.

Ps: Un saludo para el joven Crisitian Chía y su pandilla de la Escuela taurina de Camas, que se apropiaron del palco vacío, que sepas que he apuntado tu nombre y espero que me invites cuando debutes con caballos.

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