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jueves, 3 de junio de 2010

Madrid (2 de junio de 2010) - Eso es torear

Decíamos en la anterior entrada que, después de casi un mes de toros, un mes soso, aburrido, lastrante, sin apenas nada de relevancia, esperábamos que Morante salvara la Feria.

Y así ha sido. A fe que lo ha sido. En la Beneficencia se ha visto TOREAR, un toreo con el capote sublime, inmenso, rotundo. Gran parte protagonizado por Morante, pero también por Luque y Cayetano, que han aprendido sobre la marcha del recital del de La Puebla y han mudado en un instante el toreo más lineal y desgarbado por lances graciosos, hondos. No del nivel del de Morante, pero imbuidos por su esencia, cercanos a su liturgia.

Antes de que Morante desplegara su magisterio en el tercero de la tarde, en el segundo Cayetano había recibido bien de capa al segundo y había instrumentado un quite por tijerillas muy toreras. Y Luque había quitado también en ese toro con acierto por verónicas.

Pero lo realmente importante sucedió en el tercero, cuando después del segundo puyazo Morante se acercó al toro caminando de ese modo que le adentra en la Gloria e instrumentó unas verónicas lentas, mecidas, acompañando con todo el capote y el cuerpo entero la embestida del toro,... Unas verónicas que SON la verónica. Luque, azuzado en su orgullo, dio réplica por unas verónica de trazo hondo, profundísimo, con gran personalidad, un toreo de capa que nunca le habíamos visto hacer de modo tan grandioso. La plaza estaba en pie, perpleja después de todo un mes sin ver un toreo tan grandioso y una manifestación tan evidente del orgullo torero, que son dos ingredientes que, unidos, dan una emoción única a la Fiesta. Pero el asunto no acabó ahí, porque Luque, torero y generoso a la vez, le señaló a Morante el toro por si quería volver a él. Y D. José Antonio se hizo de nuevo presente con unas chicuelinas sencillamente inigualables, bajando la mano hasta la arena, enroscándose en el capote, llevando al toro embebido en el capote creando una danza sin igual. Luque no se arredró y dio réplica por el mismo palo. Y lo hizo, nuevamente con una gracia sin par, de un modo mecido, hondo, profundo, demostrando que también sabe torear así. Porque a ese mismo toro también le había dado chicuelinas, después del puyazo anterior, pero donde aquellas fueron bruscas, estas mecidas, donde aquellas parecían latigazos, estas caricias, cuando allí sólo hubo técnica, aquí hubo gracia y torería. Y esa mutación la logró Morante de la Puebla, que no tuvo más que decir cómo se torea con el capote para que todos los demás que andaban por allí supieran cómo había que hacerlo desde entonces, para siempre. Luque se acercó entonces a Morante, se desmonteraron antes y se dieron la mano como hacen los toreros. La plaza, entonces, estaba toda en pie, ovacionando ese instante de toreo que justificaba todo el frío, la incomodidad y los sinsabores de un mes entero sin ver torear. La plaza estaba en un instante mágico, de esos que sólo se pueden sentir en Madrid.

Luego, en el cuarto, Morante volvió a dar un recital a la verónica al recibo de capa. Y volvió a sentar cátedra con un quite por delantales en los que convirtió este lance en un toreo profundo, hondo, como uno no pudiera jamás imaginarse. Y LA MEDIA. Porque dio una media que, como me indicó José María en un SMS, no era media sino infinita. Por gracia, hondura e inspiración. ¡Dios mío, qué media dio! Vaya forma de recoger el capote y enroscarse en él. Todavía andan las musas sorprendidas por el modo en que alguien pudo imaginar aquello; ellas, se dicen, no pueden inspirarlo. Tiene que venir aún de más allá. De todo el compendio de la Historia del Toreo que se encierra en el capote y la muleta de Morante, en todo él, en su modo único de sentir el arte y dejarlo así, esparcido y roto, para quien quiera venir a degustarlo.

A ese toro Cayetano le instrumentó un torerísimo quite, "rondeño" dicen que le llaman. Citando al toro con el capote cogido con una sola mano para dar una larga, recogerlo por la espalda y ligarlo sin solución de continuidad con gaoneras. Exactamente lo mismo que trató de hacer hace dos años, también con Morante, en la tarde de su confirmación en Las Ventas. Entonces el toro le tropezó y sólo fue un atisbo. Esta vez, sí le salió como había imaginado y la Plaza se entregó, generosa, a un toreo vistoso y hondo, grande también, de un torero con pundonor e inspiración.

Y Luque quitó después, en el quinto por delantales y en el sexto por chicuelinas. Sin la gracia de los dos toros anteriores, pero de un modo también inspirado, mecido.

La tarde fue una tarde de toreo de capote. Con la muleta hubo poco. En los dos toros de Morante, porque no sirvieron apenas y aunque el torero estuvo más que dispuesto no hubo modo de sacar nada lucido. Dejar anotado que Morante hizo la faena del cuarto con la espada de matar. Como el día anterior y tantas veces Juan Mora. Como en algunos toros hiciera Esplá. Todo un detalle porque da mejor continuidad a la liturgia de la faena de muleta y el momento de la suerte suprema.

Cayetano no acabó de acoplarse con el segundo, un buen toro al que toreó sin apreturas y fuera de sitio, sin que los muletazos, de buena estética, pudieran llegar a calar. El quinto no tenía tanta clase y el torero nuevamente lo intentó, pero también sin eco.

Luque estuvo muy dispuesto toda la tarde, pero en el tercero (que después del tercio de quites seguía embistiendo con mucha clase) le costó colocarse en el sitio desde el que su toreo hubiera llegado más a los tendidos. Aún así, dio algunos pases buenos y hubiera cortado probablemente una oreja si hubiera acertado con la espada. En el sexto inició la faena sacándose al toro con ayudados por bajo muy toreros y le hizo toda la faena en el centro del ruedo, donde también mató al toro. Antes, faltó colocación y hondura.

La tarde fue de toreo grande. Con el capote. Pero de toreo grande al fin. De orgullo torero, de personalidad, hondura y gracia.

Morante redimió a las Ventas. Y lo hizo con toro (que a nadie se le olvide) que había sido protestado de salida por los mismos imbéciles de siempre por supuesta falta de trapío. El toro, si no me equivoco, de menor peso de todo el encierro ("sólo" 524 kilos). ¿Se callarán ya de ahora para siempre los que protestaron el toro? ¿Serán capaces de comprender que para que se pueda ver torear hace falta que el toro esté mucho "menos hecho"? Es decir, que tenga menos peso y pueda moverse. Ni cara, ni presencia, ni culata, ni cojones,... El toro lo que tiene es que embestir. Y que haya un torero que lo entienda. Me temo que la menuda inteligencia de todos esos supuestos defensores de la pureza de la Fiesta (una inteligencia inversamente proporcional al peso y "trapío" que exigen de los toros) no les da para entender ni esto, ni nada. Pero sin ellos en la plaza, podríamos disfrutar de muchas más tardes como esta. Los toros podrían embestir más. Y los toreros se sentirían más cómodos viniendo a Las Ventas.

Pero estas son reflexiones para otro día. Por hoy basta con decir que HEMOS VISTO TOREAR.

1 comentario:

José María JURADO dijo...

¡Laus deo!
Por junio se abre el capote de Morante como una genciana fucsia de absoluta belleza.
Qué torbellino de lentitud la chicuelina.
Qué cadencia rosa en la verónica cara.
Qué infinita media, que parte en dos la historia del toreo de capa.
¡Capote!