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domingo, 20 de junio de 2010

Conclusiones de San Isidro (II) - Toros y toreros

Reivindicar la parte cultural de la Fiesta, reducir San Isidro y hacer una temporada más variada y de interés es un elemento básico en el cambio que debe experimentar la gestión de la Plaza de Las Ventas. Pero es sólo parte de lo que debe cambiar. También deben modificarse los criterios de selección y la combinación de toros y los toreros. En esto cualquier comentario que se haga resultará necesariamente discutible, pero no por ello voy a renunciar a exponer mi punto de vista, que resumiría en los siguientes elementos.

1.- Hay que reducir el tamaño del toro de Madrid. Incluso su presencia. Soy consciente del sacrilegio que cometo, de que con esto a partir de ahora, para muchos, no podré nunca ser considerado un buen aficionado, pero así lo pienso y así lo digo. Y esta afirmación no es caprichosa, hay algunos elementos que me conducen a ella.

En primer lugar, y he aludido a ello hace no mucho, el toro de Madrid ha experimentado en los últimos cuarenta años (o algo menos, incluso) un aumento en su volumen, en su peso de, por lo menos, un veinte por ciento. No hay especie animal que pueda evolucionar de este modo en tan corto espacio de tiempo. Y el toro no lo ha hecho. El asunto ha podido hacerse a base de cebar los toros, de “rematarlos”. Y, además, seleccionando los más grandes y aparatosos de cada camada. Pero eso es una barbaridad. Porque ni los más grandes y aparatosos son los que tienen más probabilidades de embestir, ni esa mayor presencia es inocua para la lidia, sino que supone un mayor volumen que, a igual casta e igual “caja”, conducen al toro a una menor duración y a una menor velocidad en la embestida.

Por eso, es imprescindible volver a un toro más ajustado a cada encaste. Con muchos menos kilos y donde la selección para Madrid se haga por nota y por reata más que por presencia. Habrá muchos que protesten, pero es esencial hacerlo para conseguir toros de mayor duración y de más calidad.

Es cierto que este año ha habido probablemente toros a los que se podría haber hecho más, pero también ha habido muchos toros de calidad que, con menos kilos, más armónicos, hubieran durado más en la muleta y hubieran permitido más triunfos.

Se dirá que en Madrid no se busca peso sino trapío, pero, lo siento, no es verdad. O, al menos, se busca un trapío que sin un volumen elefantiásico es imposible.

También hay quien argumenta que la Plaza, tan grande, hace necesario un toro de volumen. Que si no pierde “importancia” todo lo que se haga. Tengo para mí, sin embargo, que la emoción la pone una embestida franca, humillada, larga y entregada. Eso “transmite” mucho más que no sé cuántos centímetros de pitones y centenas de kilos en canal.

2.- La plaza de Las Ventas tiene que seguir siendo un espacio donde se lidien corridas de los diversos encastes, incluso más de lo que ahora sucede. Pero precisamente por eso es imprescindible que todos tengan claro que el trapío de cada encaste es diferente, y que actúen en consecuencia.

3.- Hay que evitar a toda costa, y hasta donde sea posible, los bailes de corrales. No es razonable que haya toros que se rechacen el día antes en los corrales de la Plaza, salvo si es por alguna lesión. El que los toros tengan trapío y presencia para Madrid debe asegurarse desde el momento de confeccionar los carteles. Y la primera revisión veterinaria debe realizarse en el campo.

4.- Debe realizarse, especialmente para San Isidro, pero también para el resto de los festejos, una selección cuidadosa de las ganaderías a lidiar. En Madrid tienen que estar las ganaderías que han demostrado, en cualquier plaza, que están en buen momento. Y no deben venir aquellas que no atraviesan una buena racha. Es bastante obvio, pero no suele cumplirse. No soy partidario de listas negras y de no sé cuántos colores que hacen algunos, pero sí de que, con transparencia, se diga por qué vienen unas ganaderías y no otras.

5.- Por lo que respecta a los toreros, no debería torear en Las Ventas ningún torero (matador de toros o novillero) que el año anterior no haya tenido un número mínimo de diez o quince festejos en España, América o Francia (o Portugal, en el caso del rejoneo). No es razonable ver cómo hay chavales que se enfrentan a una afición y unos animales tan exigentes como los de Las Ventas sin haber hecho más que un par de paseíllos.

Soy consciente de que la carrera a matador es muy dura, que no hay casi posibilidad de torear y que Las Ventas a veces da esas oportunidades que de otro modo no se tendrían. Sin embargo, creo que eso es algo que tiene que remediarse de otro modo, pero no convirtiendo la principal plaza del toreo en una constante “Operación Triunfo” de matadores y novilleros. A Las Ventas hay que ir con garantías de poder triunfar. Y eso, sin un bagaje a las espaldas, sólo puede darse por milagro o por casualidad.

Obviamente, esta regla podría en ciertas ocasiones relajarse, previa adecuada justificación (figura retirada que reaparece sin haber toreado el año anterior, torero que la temporada anterior no haya alcanzado ese número por una lesión, joven torero que sin haber alcanzado el mínimo que se establezca haya triunfado en dos o tres plazas de entre La Maestranza, Málaga, Pamplona, Valencia, Zaragoza,…).

6.- Hay que potenciar y premiar las gestas de los toreros, toreando ganaderías y encastes que habitualmente no entran en su planificación de la temporada. No sé si es verdad o no lo que se ha escrito este año acerca de la respuesta que dio la empresa de Madrid al Juli cuando éste propueso que, además de los dos festejos habituales, quería torear la corrida de La Quinta, respondiendo (parece) los empresarios, que perfecto, pero que con unos honorarios mucho menores. Esto es exactamente lo contrario de lo que debe hacerse.

7.- También debe mejorar la selección de las cuadrillas en aquellos toreros que no la tienen fija o tienen sólo algunos fijos, aunque esto es algo de un alcance mayor, pues habría que establecer mecanismos que garantizaran un mínimo de conocimientos en quien se enfunda el traje de banderillero o picador.

8.- A los toreros hay que dejarles torear. Es inadmisible que durante la lidia, de forma continua se esté gritando dónde hay que ponerse o cómo hay que hacer las cosas. La plaza debe ser una plaza exigente, y ante algún lance desafortunado de la lidia puede haber alguna protesta. Pero jamás puede imponerse a gritos la visión del toreo de un número mínimo de aficionados. No puede ser que cuando un diestro esté toreando no se pare de recriminarle la colocación o el estilo. Porque hay que tener una concentración y un aguante absolutamente heroicos para sobreponerse a ese griterío. Al final, uno puede aplaudir la faena o pitarla, pero durante el transcurso de la lidia hay que respetar a quien está haciendo la faena como cree que debe hacerla y, además, jugándose la vida.

La duda de cómo puede conseguirse esto también me asalta a mí. Sólo se me ocurre aplicar sanciones a ciertos espectadores por entorpecer el desarrollo de la lidia, aunque ya me hago cargo de que, además de impopular, puede dar lugar a no pocos abusos.

9.- Hay que tratar de agilizar la lidia, evitando tiempos muertos. Especialmente durante la suerte de varas. El caballo que va a picar debe salir por la puerta entre el 7 y el 8 o, cuando menos, por la de arrastre (en el 2).

(Como dijimos en la entrada anterior, esto es sólo parte de lo que hay que hacer. Aún habrá que hablar de más cosas dentro de algunos días).

1 comentario:

José María JURADO dijo...

El número 1 es fundamental, recuerdo lo que se dijo por aquí

Torear un dinosaurio

Por otro lado creo que en Madrid se hace la lidia más rápida del mundo, en Sevilla las corridad duran 30 minuto más de media.