Acudir a La Maestranza el Domingo de Resurrección es parte de la peregrinación laica exigible a cualquier aficionado. Debería hacerse, como en las religiones más estrictas, cada año. Para preparar los sentidos al inicio de la temporada. Si no es posible, debe hacerse al menos una vez en la vida. Y degustarlo como todas las celebraciones iniciáticas.
Dicho lo cual, sería recomendable que además pintar y engalanar la plaza, alguien se ocupara de revisar los accesos y los espacios que pueden ser objeto de venta como localidades. La posibilidad de llegar al asiento se convierte en una insufrible gymkhana en la que hay que molestar a todos los vecinos de más de trescientos sitios de alrededor. Y el espacio en sí es ridículo (mucho más que pequeño). Sólo soportable por el encanto histórico y la capacidad de sufrimiento que demostramos los aficionados en cualquier circunstancia.
La tarde del 8 de abril tenía el aliciente de la fecha, del cartel y de la despedida del director de la banda del Maestro Tejera, que con su decisión de dar orden o no para que la música suene ha influido en no pocos triunfos. Al margen de eso, la banda suena extraordinariamente (en la plaza y detrás de los pasos de palio de la Semana Santa de Sevilla).
Ponce, sin poder triunfar por la escasa calidad de los toros, estuvo casi perfecto en todo, menos en el traje. No sé cómo eligen los toreros los colores, pero el plomizo que seleccionó para la ocasión desentonaba de forma manifiesta con la intención de la tarde. A su primero, le sacó lo poco que tenía y lo pasaportó a la segunda sin mayor historia. Pero en el cuarto fue capaz de hacer que embistiera un toro por el que nadie daba un duro. Sobre este tipo de faenas las valoraciones personales pueden ser lo variadas que uno quiera. Pero lo que no se puede dejar de reconocer es la técnica que encierran. Reconozco que disfruto cada día más viendo cómo Ponce hace estas faenas. El esfuerzo que hizo fue supremo. Y el reconocimiento, bastante escaso. Cuando sonó el aviso que le dieron, Ponce estaba instrumentando una tanda de naturales (la primera y, desgraciadamente, la última) que el toro tomó con una docilidad inimaginable diez minutos antes. Lo siento, pero si en casos como estos el toro es ahí cuando empieza a embestir, que los tiempos se computen desde ese momento. El final de la faena fue magistral, aunque la mayoría del público no lo apreciara.
El Cid cortó una oreja a su primero con las series que instrumentó al natural. Tiene una zurda prodigiosa y cuando baja esa mano y templa la embestida su toreo gana una profundidad que no siempre demuestra en las demás fases de la lidia. En este toro, además, vimos una interesante competencia en quites que inició Castella en el que le correspondía (con unas chicuelitas ajustadísimas) y replicó a regañadientes el Cid con delantales mejorables. Al final, la sensación es que el Cid no sacó todo lo que el toro tenía dentro y que le falta confianza en sí mismo y decisión para mandar en esto. En su segundo, aunque la música se arrancó (no sabemos si porque alguien estaba viendo una faena distinta o porque brindó al director de la Banda en la despedida que hemos comentado) lo cierto es que no hubo nada destacable porque el toro se desentendía de los engaños y quería cualquier cosa menos embestir con nobleza y bondad, que es lo que se espera de los toros de lidia (más si son de Zalduendo, que para eso se escogieron, aunque luego sólo uno sirviera).
Castella pasó esta vez por Sevilla sin pena ni gloria. Es cierto que ninguno de los dos toros no le ayudaron. Y que él intentó poner de su parte el valor que siempre demuestra (impresionantes los pases cambiados del inicio de la faena del sexto). Pero los toros no daban juego ni siquiera para la emoción. Y él debe aún coger el sitio tras la impresionante cogida que le ha tenido apartado de los ruedos tanto tiempo.
Cumplido el rito anual, José María se queda a disfrutar su abono sevillano del que nos irá dando cuenta con su magistral literatura, y yo vuelvo a Madrid donde en breve volveremos a tener más un mes de toros, que trataré de resumir como buenamente pueda (compartir tribuna con estrellas de primera hace que las vergüenzas de uno sean siempre más evidentes, pero ¡cómo negarse!).
Las preguntas de esta tarde:
1.- ¿Tratará alguien de hacer que La Maestranza cumpla las normas de seguridad exigidas a cualquier recinto en el que se celebran espectáculos públicos? (Y si los cumple, que cambien, por favor, la normativa).
2.- ¿Por qué no vemos más competencia en quites? Que los toros no tienen habitualmente mucha fuerza ya lo sabemos, pero ¿no se dan cuenta que la lidia no puede ser sólo la faena de muleta?
LORENZO CLEMENTE
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