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domingo, 15 de mayo de 2011

Madrid (13 de mayo de 2011) - Homenaje

Con ocasión de la muerte de Don Juan Pedro Domecq se comentó que el ganadero era consciente de que, en su constante búsqueda de la clase del toro en la embestida, tal vez sus toros habían perdido algo de casta y de fuerza. Y que llevaba años tratando de recuperar esas virtudes. Pero en el campo las cosas aún no se han impregnado de esa absurda inmediatez de los tiempos actuales, siguen llevando su tiempo natural. Un tiempo que en la cría del toro supone al menos cinco años desde que uno decide qué quiere hacer hasta que el animal se lidia en un plaza.

Por eso, y por la fatalidad de la parca que nos une misteriosamente a todos, Don Juan Pedro no pudo ver la corrida del viernes en Madrid. Una corrida que fue de menos a más y en la que hubo tres toros: cuarto, quinto y sexto, de altísima nota. Toros que tuvieron clase, casta y fuerza, permitiendo que se le hubieran hecho muchas más cosas de las que vimos en la plaza. Toros que lucieron divisa negra como señal de luto.

No mataban la corrida las figuras, como sucedía con estos toros hasta anteayer. Eran tres toreros de ese grupo medio del escalafón que necesitan triunfar con rotundidad para entrar en las ferias. Pero que o no quieren, o no pueden, o no saben, dar ese paso más que les abriría las puertas del futuro. Un futuro que, si no, se presenta bastante negro con la que está cayendo en el país y en las plazas.

Uceda es uno de esos toreros. Un torero con clase, con temple, con gusto y con un uso extraordinario de la espada. No suele defraudar, pero uno no sale nunca contento del todo con él. Con su primero, por ejemplo, no se confió. El toro le había buscado alguna vez, pero tampoco era una alimaña a la que no pudiera hacérsele nada, como pareció querer demostrar. Al cuarto le cortó una oreja después de haber dejado algún lance estimable, un par de series templadísimas y con mucho gusto con la muleta, otras más de buena nota pero sin llegar a ese nivel y una gran estocada. Uceda estuvo bien. Por momentos nos hizo degustar toreo del bueno, pero sentimos, una vez más, que le faltó un punto de ambición para el triunfo rotundo.

Lo de Juan Bautista es más preocupante. Lo comentamos con ocasión de su anterior comparecencia. No se encuentra delante del toro y se le nota bastante. Al segundo lo llevó bien al caballo con un galleo por chicuelinas, pero en la muleta se mezclaron sus dudas y un toro que fue perdiendo clase y aquello no dio casi nada de sí. El quinto, sin embargo, fue un gran toro, que iba de largo y metía muy bien la cara. Juan Bautista no se acopló. No es fácil que te salga un toro así. Y que te salga en Madrid es casi imposible. Cuando uno está luchando por hacerse un hueco (si es que Juan Bautista está en ello, que parece que sí), no puede desperdiciarlo. Porque hacerlo puede pasar factura.

Morenito de Aranda, por su parte, demostró su clase en momentos aislados en su primero, un toro flojo y sin transmisión. Pero con el sexto, un toro exigente pero al que se le podían sacar cosas de interés, no se acopló. Cierto es que no es fácil imaginar una lidia más desordenada y un tercio de varas más desastroso. Pero aún así, el de Aranda debería haber logrado que el toro no le enganchara siempre en la faena de muleta. Porque el toro tenía interés y hubiera permitido un mayor lucimiento.

Una corrida para la esperanza del nuevo ganadero, que tiene una responsabilidad importante para mantener y acrecentar el legado de varias generaciones de criadores de bravo.

Una tarde para la reflexión de tres toreros que deben decidir qué quieren hacer en esto. Porque los tiempos no están, ni en el toreo ni en la vida, para hacer cosas a medias.

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