La tarde del 27 de septiembre en Barcelona fue una reivindicación de la libertad. Porque acabar con los toros en Cataluña, como se pretende por algunos intransigentes, no es sino un atentado contra la libertad, como había proclamado con acierto y belleza el gran poeta catalán Pere Gimferrer.
Frente a esa intransigencia, la alegría, el ritual y la belleza.
La alegría de un día soleado en Barcelona, de una ciudad en sazón, de aficionados que, con muchas tardes de toros a sus espaldas en los últimos meses, van de nuevo a una corrida con la convicción de que lo que suceda será nuevo, siempre distinto. Único.
El ritual eterno de cuanto sucede en la plaza y hasta llegar a ella. De las pequeñas manías de cada aficionado y las sagradas costumbres de cada matador. Del paseillo, los trajes, los colores, la música,... Del respeto al toro en su combate. De la perfección en su lidia.
La belleza del toreo perfecto de José Tomás y el desgarrado de Morante. La belleza de la entrega de Aparicio, aunque no pudiera ser sino entrega, ayuna de sitio, de técnica y de valor.
La tarde no queremos recordarla como la última en la Plaza de Barcelona. Estoy seguro de que no lo será: porque aún habrá quien en el ejercicio de la libertad de voto que han dado CIU y PSC prefieran votar por la libertad. Y aun cuando se votara en contra, habría que recurrir hasta donde hiciera falta para defender la ilegalidad de una medida de esa naturaleza.
La recordaremos, en todo caso, como una tarde magistral. Una tarde (la última, eso sí, de la temporada de este año de JT en España) en la que hizo probablemente su mejor toreo: el más largo, ligado, profundo,... Desde la seriedad más absoluta. Desde una quietud y una verticalidad casi imposibles. Magistral ese comienzo por ayudados citando desde el centro del ruedo. Grandioso el toreo rodilla en tierra. Sublimes un par de tandas al natural,... Todo medido, perfecto. Recopilando una temporada y mostrando por qué hay tantos que le siguen allá por donde pisa.
Como hemos seguido este año a Morante que, sin llegar a cuajar una faena maciza, dejó apuntes de un toreo tan distinto que el cuerpo lo reclama para poder sentir siempre algo distinto, mágico, inspirado. Una pena que las dos cornadas fuertes que ha sufrido le hayan quitado algo el sitio (eso, al menos, nos ha parecido) y que se rompiera el dedo al entrar a matar al toro, por lo que sólo pudo lidiar uno.
Y Aparicio, que por esa razón hubo de matar tres toros, mostró, como queda dicho, más voluntad que acierto.
Volveremos el año que viene a Barcelona. Estoy seguro. Por afición a los toros y por el compromiso con la libertad.
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2 comentarios:
Yo estuve el 3 de agosto en otra plaza donde, a mi manera, también reivindiqué la libertad. O por lo menos eso recuerdo.
Qué gran descripción, viva Barcelona.
Terra Lliure ¿no era?
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