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miércoles, 6 de agosto de 2008

De verano

Cuando uno repasa el calendario para el mes de agosto de algunos toreros dan ganas de ponerse malo. Sólo con los viajes, una persona normal acabaría agotada; si además hay que torear, dan ganas de quedarse en casa. Si no hay forma humana de seguirlos, ¿cómo pueden ellos estar en forma y tener la mente clara tarde tras tarde?

Visitar en un mes Pontevedra, La Coruña, Vitoria, El Puerto de Santa María, Gijón, Málaga, Bilbao, San Sebastián, Almería, Cuenca, Algeciras, Sanlúcar de Barrameda,… más algunas localidades del sur de Francia es una experiencia culturalmente muy enriquecedora si uno puede aprovechar para visitar sus monumentos, pasear por sus calles y hablar con sus gentes. Degustar sus platos típicos, recorrer sus restaurantes, rezar a sus patronos y catar sus vinos. Conocer sus costumbres, compartir sus fiestas, escuchar sus leyendas, indagar en sus miedos,…

Pero a ellos les queda poco más que llegar al Hotel a media mañana, echar una cabezada en el hotel que compense el mal sueño de la madrugada, esperar a que el apoderado o el primero de la cuadrilla les mienta sobre el lote de la tarde, malcomer un ensalada, dormitar media hora, recibir a los aficionados que se saltan la prudencia y las normas de la buena educación llegando hasta la habitación del hotel y, después de despedirlos del mejor modo posible, comenzar a calzarse el traje de luces. Furgoneta, patio de cuadrillas, paseíllo, espera, triunfo y puerta grande. O fracaso y bronca, si la tarde no está de triunfar. O silencio e indiferencia, que es la peor recompensa que un torero puede recibir.

Y vuelta al hotel, y a la ducha, y a la furgoneta, y al sueño intermitente después de haber comido algo rápido en cualquier restaurante de carretera.

Ni los turroneros y feriantes penan tanto como los toreros que faenan todas las tardes de agosto.
A cambio, eso sí, de una buena recompensa. Que al menos eso sacan en limpio las figuras que cargan sobre su taleguilla el peso de la temporada.

Para la mayoría de los aficionados, las fiestas de su ciudad son las únicas en las que ven toros en directo. El único modo de pulsar el estado y la evolución de la Fiesta. De comprobar cómo andan ganaderías y toreros. Y quien fracasa una tarde (por un mal lote, por falta de concentración, por cualquier indisposición, por un mal sueño,…) a los ojos de ocho o nueve mil espectadores es un mal torero al que no hay que repetir el año siguiente. Un juicio tan injusto como inevitable para quien el perímetro del toreo se circunscribe a su término municipal.

Por eso es tan grande el mérito de quienes tarde tras tarde colman los deseos de cada público, de esos aficionados que podrían dejar de serlo si en los dos o tres festejos de su feria no ven triunfar a las figuras.

¡Mis mejores deseos para esa media docena de toreros que, una temporada más, van a hacer que los públicos sientan justificada su asistencia a la plaza! Sin ellos, todo lo demás sería una vana ilusión.

1 comentario:

José María JURADO dijo...

Y no olviidemos a los hombres de plata ni a los del castoreño, que penan lo mismo (el miedo no tiene límites) y no se recuperan crematísticamente y envehecen, envejecen, envejecen.