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viernes, 15 de agosto de 2008

Y llevaba cornada. Mano a mano en El Puerto. (10-VIII-2008)

Para quien no acude con frecuencia a los toros la corrida habrá supuesto una decepción profunda, para quienes hemos aceptado que la tauromaquia es una carrera de fondo en la que sólo la asistencia, una tarde tras a otra, a todos los festejos es la única garantía para asistir a los milagros, también. Pero sólo porque JT con su pasmosa regularidad y entrega nos tenía mal acostumbrados y sólo porque el sorprendente valor y ánimo de Morante nos lleva desconcertando un año. ¡Ay la ilusión de los taurinos! Pero es que todo se salió del guión, del guión que marca el toro con sus astas y su genio. Los de Nuñez del Cuvillo tenían más de andarines, gazapones y de Miura que de bravos, y no pudo ser. En otras circunstancias habríamos salido casi felices por el trazo imaginado de unas verónicas de Morante, por su valor al natural con el difícil primero, desengañando al toro con un trazo limpio de gladiador y, sobre todo, con la bonita faena a su segundo, con profundos ayudados que eran a la vez naturales, derechazos y ayudados por alto y por bajo, profundos y llenos de gracia. Sólo Morante tiene la esencia. Y por eso cerca de nosotros un cantaor le tiró lo que dicen que fue un Fandango, pero que a mí me pareció una saeta, a Morante, vestido de nazareno o malva y azabache, como un cristo solar de Andalucía en el centro de un agosto imposible. Por ahí tenía que ir la corrida, pero no. El primer toro de JT fue recibido con un silencio litúrgico y expectante, a los quince minutos el torero estaba encampanado, pero no por asumir el riesgo y atacar al animal como es su costumbre, sino por un claro defecto técnico en un pase de las flores, un cambiado mal ejecutado que lanzo al toro contra la tripa del torero. Dábamos por finiquitada la inversión tomista seguros de que llevaba al menos un puntazo, pero no. Siguió toreando toda la tarde, pero fuera de su sitio, aunque es más cerca que el de muchos, y sólo hubo alguna ráfaga de quietud pasmosa. Echábamos en falta el toreo por imanación o hipnosis el que quita la vulgaridad del lance. Hubo hasta pitos con el descabello (los primeros en las dos temporadas) en su segundo. Lo que no sabíamos es que llevaba hasta tres cornadas, una de ellas en la axila y terrible. Aguantó impertérrito hasta el final, pero así no puede ser, el gesto de honradez y compañerismo es admirable. Y que llevaba cornada lo supimos luego. ¿Qué hubiera dado la tarde sin cogida? Nunca lo sabremos, porque con toros peores JT ha sacado mucho, aunque no lo vimos en su primero en su sitio, como decíamos, no estaba (mixtifiquemos) transfigurado. Por su parte Morante fue atendido de una crisis respiratoria antes de la lidia del sexto y el cantaor repitió la saeta a la nada, al quiero y no puedo. Pero de estas ilusiones incumplidas, de la atronadora ovación de bienvenida a ambos, también hay que vivir y que sufrir. Que se repita el cartel las veces que haga falta.

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