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lunes, 9 de agosto de 2010

Eternidades

Lo de Huelva ha estado muy bien y Manzanares torea como los ángeles, que yo lo vi. Pero ayer asistimos en El Puerto de Santa María a la máxima expresión de la belleza taurina.

Aquí lo han sabido ver.

Tanta fue la plasticidad e intensidad de las faenas de Morante de la Puebla, con magníficos interludios del Juli y Cayetano, que agradecimos las abreviaturas de los toros quinto y sexto, aquejados como estábamos, según el feliz comentario de Lorenzo, del síndrome de Stendhal taurino.

En el primero de los suyos el de la Puebla meció al toro en una verónicas tan idénticas al ideal platónico de "la verónica" que a los cinco minutos de estar en la Plaza ya dábamos por amortizada la tarde, el viaje y aun la temporada.

-Ea, que ya me puedo ir.

El comienzo de la faena fue sublime, con unos ayudados por alto y un desmayo en los lances que siguieron que el torero se olvidó del ser y del no ser y el toro hizo por él, pero como la armonía había rendido al miedo, nuestro torero volvió, no a la cara del toro, sino a la esencia misma del arte.

En el segundo Morante inició la faena como los toreros antiguos, con la montera puesta: al hilo de las tablas lo desengañó por bajo, pero ligando los pases, y lo llevó a los medios toreado al tiempo que se quitaba la montera y brindaba al respetable.

Esta forma de brindar “in media res” –y nunca mejor al caso lo de “res”- provocó un terremoto en los tendidos que se abrieron por bulerías y por matas de romero y flores arrojadas, porque no se supo muy bien qué había pasado: si Morante toreaba con la propia montera al toro, o nos toreaba a nosotros en el místico círculo de su brindis.

A las faenas de Morante dicen que les falta ligazón, lo que sucede es que este torero saca los pases uno a uno en lo que no hace sino parecerse a Joselito el Gallo y lo hace, haya toro o no lo haya, del centro de la misma cantera del mármol que recubre a Joselito...

Nos repetimos al decir que este torero bebe de la fuente -otra vez platónica- de los tres toreros a los que no hemos visto torear, pero que son los pilares emocionales de la tauromaquia: Belmonte, Joselito y el Gallo.

Sólo el Gallo podría hacer saltar el duende de una montera, como la chistera de un mago.

Sólo Joselito podría pisar la variedad de terrenos que pisó Morante y encontrar la gracia justa en cada pase.

Sólo Belmonte dormía el tiempo en la media verónica o se atrevería a torear a un toro después de estoqueado, cuando no se sabe si es más peligroso o está más resignado, cuando no se sabe nada y ya solo dominan al artista los enajenados duendes de la creación.

José Antonio Morante de la Puebla es la trinidad del toreo transfigurada.

El toreo desaparecerá, pero lo de ayer por la tarde, no.

Que yo lo vi.

PD: Unos haikus a la vuelta de la plaza.

1 comentario:

L.C. dijo...

Impresionante, sin duda, la tarde de toros que vivimos. Y un placer verla recreada en tus palabras.