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lunes, 23 de agosto de 2010

La majestad de Manzanares

(21-VIII-2010, la Goyesca del Puerto)

Al hablar de José María Manzanares se pondera su corte de torero clásico y se acude con frecuencia a un término, pobre a mi juicio, como es el de “empaque”, pero con el que los aficionados se entienden, algo así como el “trapío”, pero aplicado a las formas del toreo.

Sin embargo, Manzanares, ya se hace innecesaria la distinción entre el padre y el hijo, está muy por encima de este concepto limitado. Intuyo que Manzanares aporta “majestad” a la tauromaquia. La “majestad” es una cualidad luminosa que excede el ámbito taurino y que alumbra a los dioses y a los hombres.

No se trata de celebrar las cualidades áticas de su toreo, semejantes, si no superiores, a las del maestro Antonio Ordoñez, se trata de que Manzanares, hoy por hoy, es la expresión taurina de “lo apolíneo” en el arte.

Remedando al diccionario: Manzanares posee los caracteres de serenidad y elegante equilibrio propios de Apolo.

Esto, que lo hemos visto tres años seguidos en la feria de Sevilla, pero también en Barcelona o, recientemente, en Huelva, quedó firmado junto al mar de la Argónida la otra tarde en la goyesca del Puerto de Santa María.

Firmó dos obras maestras con dos soberbios estocadas que quedarán enmarcadas en las ánforas del recuerdo.

En el primero de sus toros con una grandísima exposición porque, habiendo un vendaval en el ruedo que hacía prácticamente imposible todo toreo, embarcó en series templadísimas a un animal, bravo, sí, y fiero, de Cuvillo.

Cuando salen estos toros y los cogen estos toreros, nuevamente los conceptos de temple y mando se quedan chicos, lo que sucedió rompió el molde de lo clásico.

Da casi pudor decir que el toro se durmió en las verónicas o que los cambios de mano fueron de una cadencia prodigiosa y los pases de pecho espeluznantes –es el único torero que los sabe instrumentar perfectamente desde la cabeza a la penca del rabo-, porque es repetirse y el prodigio al que asistimos será irrepetible.

Y hay que decir que en el segundo de sus lotes la primera de las series fue un sueño, un milagro de los que convencen a cualquier descreído, la aparición de lo divino, el resto de la faena se vino un poco abajo luego, por el toro, abatido ante tan sublime juego. Pero el público se había vuelto loco y tras un pinchazo en lo más alto, se le dieron el total de 4 orejas que es un cómputo bien mundano para lo que vivimos.

Si el toreo es ligazón y redondez, aquello, aquella serie, fue el “toreo”.

Se lidiaron toros de Cuvillo, ¿por qué estos toros si embisten y transmiten miedo? y de Gavira, de juego más manso, malos. Morante no estuvo suerte en su lote, aunque dio alguna bonita serie.

Daniel Luque, estuvo muy bien en su primero, pero por contraste, sólo por contraste, nos supo a poco.

Si Manzanares es lo apolíneo, Morante, lo hemos dicho, es lo dionisíaco, acudiendo otra vez al diccionario, diremos que posee los caracteres de ímpetu, fuerza vital y arrebato atribuido a Dioniso. O sea, el duende.

Esto no hay donde aprenderlo, lo dan los dioses.

Entre Apolo y Dioniso hay sólo espacio para los héroes, ese espacio que ocupaba José Tomás y al que se acerca a veces el Juli y, excepcionalmente, Perera, Cid o Castella.

Es en el ocaso de la tauromaquia, porque el escalafón renquea y no esperamos nuevos novilleros, cuando se puede ver el mejor toreo de todos los tiempos. Los siglos de oro suelen ser la punta brillante, la última luz de una decadencia previsible.

En este canto del cisne a mí ya sólo me merece la pena ver torear a Morante y a Manzanares.

Lo demás me parece vulgar, aunque engrandecido por el trágico año de percances sufridos.

Sé que un buen aficionado no debería afirmar esto, pero a mí no me corresponde desmentirlo, sino a los otros toreros, los que no llenan las plazas.

Morante, Juli, Manzanares, el cartel de la feria de San Miguel.

El cartel del Domingo de Resurrección.

El Cartel.

2 comentarios:

Lorenzo Clemente @grantemporadalc dijo...

Veo que tu homónimo crece cada día más como torero. Lo de ser capaz de sobreponerse al levante, y además hacerlo con arte y "majestad" es todo un virtuosismo.

Como el de la crónica, en ese particular estilo que tanto nos gusta.

Enhorabuena por la buena tarde de toros y por la literatura.

José María JURADO dijo...

Gracias, Lorenzo.

la verdad es que Manzanares estuvo verdaderamente cumbre, por encima de toda literatura.

Una pena que anduvieras cumpliendo años.