Ayer viernes se presentó en la Plaza de Toros de Las Ventas el libro "Tauroética" de Fernando Savater, un libro que, como se indica en su contraportada, "no es un alegato a favor de las corridas de toros, sino contra las argumentaciones moralistas de quienes quieren suprimirlas".
El libro, aunque formalmente está dividido en dos partes, tiene realmente cinco partes bien diferenciadas.
- La primera es un prólogo cabal, claro y ameno en el que el autor enmarca la problemática a la que quiere dedicar su atención: el debate ético que plantean las propuestas abolicionistas sobre lo que debe ser nuestra relación con los animales.
- La segunda (la principal novedad del libro y su objeto más preciado) es un ensayo denominado "Nuestra actitud moral ante los animales" en el que glosa de modo didáctico y riguroso la evolución del pensamiento filosófico sobre las condiciones morales en las que los humanos debemos relacionarnos con los animales y su aplicación a la tauromaquia. En realidad, el libro es este ensayo aunque, probablemente por su brevedad, se haya querido acompañar de otros escritos del autor sobre esta materia. En todo caso, las algo menos de cuarenta páginas que ocupan esta reflexiones son de una brillantez realmente apabullantes. El argumento central no es una novedad: nuestra relación ética con los animales no es una relación de igualdad, sino una relación en la que es moralmente aceptable privilegiar los intereses de nuestra especie sobre los "intereses" o instintos del resto de los animales. Y, en consecuencia, los animales no son titulares de "derechos", sino que las leyes y valoraciones morales que debemos realizar sobre nuestro comportamiento con las demás especies se tendrán que efectuar en atención a lo que ello implica para nosotros, no para ellos. No es, por tanto, la novedad del planteamiento central lo que resulta llamativo, sino la explicación de la tradición en la que los "animalistas" hacen converger moralmente el comportamiento de (entre) todas las especies, colocando al ser humano en una situación en la que debe aceptar cualquier comportamiento instintivo de las demás especies (ya que no le puede exigir otro) y, sin embargo, debe resignarse a no actuar él de igual modo. La racionalidad, para estos sujetos, supone una limitación a nuestro comportamiento, no un elemento que nos coloca en un nivel superior al del resto de las especies. O sea, la locura.
- La tercera parte es el texto del pregón de la temporada taurina sevillana que el autor pronunció en 2004, un pregón que no se encuentra, a mi juicio, entre los más brillantes, pero que sí tiene hallazgos y reflexiones de mucho interés. Este texto estaba publicado por la Maestranza en una edición sencilla pero de calidad. En todo caso, como tantos otros escritos en el ámbito taurino, no era fácil de encontrar. Incluirlo en el libro es un modo de darle una difusión que de otro modo probablement jamás hubiera alcanzado.
- Una cuarta parte lo componen cuatro artículos periodísticos de temática taurina escritos por el autor en 2005, 2008 y 2010 (2). De entre los cuatro me quedo con "Malos pasos" un artículo que no tiene nada que ver con el debate sobre la prohibición de los toros, ni sobre la ética, sino que relata una anécdota sucedida una tarde en Madrid en la que acudió a ver a Curro Romero junto a otros amigos (entre ellos Rafael Sánchez Ferlosio) y ante la invalidez del toro y los gritos de "¡cojo, cojo!", "Ferlosio, sublime como sólo él sabe serlo, bastón en mano cual pastor tratando de reunir a su disporso rebaño, gritó: '¡Dejadle en paz! ¡No está cojo! ¡Es su forma de andar!'" Algo que Savater decidió aplicar a tanta bronca mediática como tenemos que vivir en este país. Del artículo, además, destaco la interesante apreciación del público de Madrid, del que dice que era "bronquista y alguacilesco", ya que "Muchos iban más a censurar que a disfrutar... o sólo disfrutaban censurando: a voz en cuello, claro". ¡Qué poco hemos cambiado", aunque lo cierto es que probablemente de quienes así actúan también habría que decir aquello de que "No están cojos: es su forma de andar".
- La quinta parte, la "Despedida" es una cita genial de Ignacio Sánchez Mejías: "El mundo entero es una enorme plaza de toros donde el que no torea embiste. Esto es todo. Dos inmensos bando: manadas de toros y muchedumbres de toreros, y, en consecuencia, es la lucha por nuestra propia vida la que nos obliga a torear".
Un gran libro, como digo, aunque realmente inédito sólo sean cuarenta o cincuenta páginas (prólogo y ensayo). Pero de una calidad suprema, que se unen a la de otros textos que le dan una importante coherencia e interés a la obra. Más aún en estos tiempos azarosos donde, frente a los dogmatismos y la violencia de los antitaurinos, cualquier reflexión serena y ponderada (y la de Savater lo es) es bienvenida.
(Sólo una crítica realmente honda a la argumentación del autor. Por dos veces propone los debates sobre el aborto como ejemplo de debates dogmáticos donde algunos tratan de imponer su moral como única aceptable. A mi juicio el debate sobre el aborto tiene una entidad de mucha mayor complejidad porque dependiendo de qué momento consideremos que es el que determina el nacimiento de una vida humana podrá plantearse cuál es el nivel de protección -civil, administrativo o penal- que deba establecerse para cualquier ataque frente a la misma. Con independencia de cuáles sean los argumentos que uno pueda tener a favor o en contra de la despenalización del aborto, equiparar su discusión a la mantenida respecto a la tauromaquia es incurrir en la misma sinrazón que Savater denuncia de los antitaurinos al confundir la sangre animal con la humana: "la barbarie no consiste en tratar con inhumanidad a los animales, sino en no distinguir el trato que se debe a los humanos y el que puede darse a los animales").
sábado, 18 de septiembre de 2010
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1 comentario:
Un oportunista, Savater. En su línea. Bien podría haber incluido la tauromaquia en las líneas maestras de la "Educación para la Ciudadanía" que -creo- diseñó. Nunca me ha parecido birllante, sólo un polemista de salón.
Y lo que hace es eso, torear de salón.
Que se lleve a los toros al señor presidente.
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