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jueves, 7 de octubre de 2010

La tauromaquia como parte del patrimonio cultural

(Es un poco largo -quedan advertidos-. Pero creo que merece la pena)

El pasado día 30 de septiembre tuve ocasión de participar en unas Jornadas organizadas por la Universidad Católica de Valencia, la Diputación de Valencia y la Generalitat valenciana sobre la protección de la tauromaquia en el marco de las competencias autonómicas en materia de protección del patrimonio cultural. Hay que aplaudir iniciativas como estas en las que la Universidad permite un debate sosegado y riguroso sobre la tauromaquia y lo acerca a los más jóvenes (el Aula Magna estaba llena de alumnos de los dos primeros cursos de la Facultad de Derecho). Mucho tiene que ver con esta iniciativa su Decano, José Vicente Morote, gran jurista y muy buen aficionado.

Mi conferencia se titulaba “La Fiesta de los toros como parte del patrimonio cultural”. En primer lugar hice una pequeña exposición sobre cómo la tauromaquia ha dejado de formar parte de la realidad cotidiana de la sociedad, cómo para la mayoría de nuestros conciudadanos la tauromaquia es algo invisible, algo de lo que probablemente no habían oído hablar nunca o lo han hecho escasamente en programas de información general en los últimos cinco o seis años, salvo si se trataba de alguna noticia relativa a José Tomás, como su reaparición o su cogida en Méjico. Este ninguneo sólo se ha roto cuando el debate en el Parlamento catalán lo ha vuelto a sacar a la luz pública y lo ha colocado en el debate social. Explicaba cómo, a mi juicio, esto ha sucedido por la incapacidad que ha tenido el mundo del toro para adaptar sus estructuras y su organización a lo que exige una sociedad compleja y mediática como la actual. Y cómo, para mí, en una sociedad como ésta cada festejo taurino tiene que ser un acontecimiento único por el que merezca la pena dejar casi todo. Y un acontecimiento que rebase los límites de los taurinos de siempre. Sólo de este modo se volverá a tener una repercusión social que se ha perdido, y sin la cual es imposible (o muy difícil al menos) asegurar la pervivencia de la Fiesta en el medio plazo.

Defender la Fiesta de los toros como parte del patrimonio cultural implica, por eso, establecer unos esquemas de organización de la Fiesta coherentes con este planteamiento. Y las Administraciones tienen que tenerlo claro y actuar en consecuencia.

Que la tauromaquia es cultura, es arte, es algo evidente: forma parte de las creaciones simbólicas y rituales que nos identifican. Y este carácter cultural de la tauromaquia no lo niegan, incluso, algunos de los antitaurinos más feroces. Su crítica no se realiza a la belleza que pueden tener ciertos momento de la lidia, sino al hecho (para ellos moralmente inaceptable) de que para esa creación artística se “utilice” a un animal y se le haga sufrir. El debate con los antitaurinos, por tanto, es un debate moral y no tanto un debate estético.

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A partir de aquí, mi intervención se centró en cinco puntos. En primer lugar, realicé un breve análisis de lo que supone legalmente en la Comunidad Valenciana y en España el patrimonio cultural. Y, en concreto, el patrimonio cultural inmaterial. Repasando la definición de esta normativa es claro que la Fiesta es parte de este patrimonio cultural (tradiciones, ocio, “conocimientos y actividades que son o han sido expresión relevante de la cultura tradicional del pueblo español en sus aspectos materiales, sociales o espirituales”, etc.).

Pero lo más curioso es que la definición de la UNESCO del “patrimonio cultural inmaterial” contenida en su Convención de 17 de octubre de 2003 para la Salvaguardia de este Patrimonio Cultural Inmaterial se acomoda perfectamente a la tauromaquia. Dice así:

“se entenderá por ‘patrimonio cultural inmaterial’ los usos, representaciones, conocimientos y técnicas –junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentido de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana”

Parece hecha específicamente para la Fiesta: celebración de la corrida de toros, con el conocimiento y la técnica precisa que requiere la lidia, junto con el instrumental específico para ello (capotes, muletas, estoques, trajes de luces, montera, castoreño,…), propiciando espacios culturales creados específicamente para su representación como son las Plazas de Toros, reconocida por grupos e individuos (Lorca, Miguel Hernández, Alberti, Hemingway,…) como parte de su cultura, transmitido de generación en generación, permitiendo así interactuar con la naturaleza y con la historia “infundiéndoles un sentido de identidad y continuidad” y constituyendo un elemento básico de diversidad cultural que contribuye de modo excepcional a la creatividad humana en sus más diversas variantes: desde la del propio torero en el ruedo hasta los que confeccionan sus trajes de luces, quienes diseñan las plazas de toros, quienes componen pasodobles, pintan carteles o se recrean en la Fiesta para sus creaciones literarias, pictóricas o escultóricas.

Sólo esto sería ya suficiente. Pero hay en la misma Convención dos elementos más fundamentales. El primero, es que se indica que el único patrimonio cultural digno de tenerse en cuenta es aquel que “que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible”. Es decir, el único límite moral establecido son los “derechos humanos” y el respeto entre las comunidades, grupos e individuos, algo que (obviamente) la tauromaquia respeta. Y, además, el punto 2 del artículo 2 señala que “El ‘patrimonio cultural inmaterial’ (…) se manifiesta en particular en los ámbitos siguientes: a) tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural inmaterial; b) artes del espectáculo; c) usos sociales, rituales y actos festivos; d) conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; e) técnicas artesanales tradicionales”. Y en la tauromaquia se dan todos los apartados: expresiones orales y giros prestados al idioma, consideración como “arte del espectáculo”, “uso social, ritual y festivo”, modo de “conocimiento y uso relacionado con la naturaleza” y expresión que permite el mantenimiento de no pocas “técnicas artesanales tradicionales”. Lo tenemos todo.

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Como segundo aspecto, me referí al debate moral sobre la utilización de animales en espectáculos públicos, analizando si esta “utilización” puede suponer que una determinada actividad no pueda ser considerada “cultura” por este motivo.

Y es evidente que no. En primer lugar, porque el único límite (UNESCO dixit) viene establecido por los “derechos humanos”, que nunca se verán afectados por un ritual como la corrida de toros (otras manifestaciones culturales sí pueden hacerlo, y así lo recuerda Savater en “Tauroética” cuando habla de los “castrati”).

Y, además, porque el trato que se le da a los toros durante la lidia no es ni degradante ni indigno, sino un ejemplo de trato ético a los animales, al ser el conforme a su naturaleza, como ha recordado Francis Wolff (“La filosofía de las corridas de toros” o “50 razones para defender la corrida de toros”, entre otras). Además de otras razones que expone Savater (“Tauroética”) o de los estudios del catedrático de la Facultad de Veterinaria de la Complutense de Madrid, D. Juan Carlos Illera en los que ha demostrado que la segregación de inhibidores del dolor durante la lidia por el toro hace que éste “sufra” más en el traslado a la plaza que durante la propia faena en el ruedo.

Por último, y volviendo a la UNESCO, en su página web puede comprobarse que uno de los rituales considerado “patrimonio inmaterial” es el “sanké mon”, un rito de pesca colectiva en una laguna de Mali que se celebra los segundos jueves del séptimo mes lunar y que, según la propia UNESCO, da comienzo con el sacrificio de gallos y cabras y a continuación tiene lugar una pesca colectiva que dura quince horas. Y no es que se deba comparar ese ritual con la tauromaquia, ni los peces, los gallos o las cabras con los toros de lidia, pero sí subrayar que multitud de rituales colectivos tiene en el sacrificio de animales un elemento sustancial y que esto no es obstáculo para su consideración cultural.

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La tercera cuestión a la que me referí fueron las características de la tauromaquia que la hacen formar parte de este patrimonio cultural. Y desde la tauromaquia “en sí”, porque se escuchan con frecuencia argumentos para defender el carácter cultural o artístico de la tauromaquia basados sólo en el modo en que ha servido de inspiración a otras artes “tradicionales”. Y creo que esto es un argumento tramposo. El hecho de que una actividad sirva de inspiración para hacer un gran cuadro no convierte en artístico el motivo de inspiración ni legitima lo que de inmoral pueda tener. Hay cantidad de obras de arte que se han inspirado en verdaderas atrocidades del ser humano que no por ello se convierten en aceptables.

Por eso de lo que se trata es de analizar si la tauromaquia en sí tiene valores que la convierten en una manifestación artística o cultural. Y a mi juicio es evidente que así es. Sobre todo, por concentrar tres de los elementos más genuinos de cualquier creación cultural y artística: el ritual, la liturgia y la estética.

La tauromaquia es, sobre todo, un “ritual”. La corrida de toros es una depuración simbólica de ritos de celebración antiquísimos en el mediterráneo, en el que el toro es un tótem y su muerte es un símbolo sacrificial. Un sacrificio como “ofrenda”, como “comunión” o para la obtención de un favor de la divinidad. (Libros como el de Álvarez de Miranda, de 1962 -“Ritos y Juegos del toro” o el más reciente de Cristina Delgado -“El toro en el mediterráneo”- lo acreditan de forma evidente). En este último, se explican detalladamente los rituales de muerte asociados al toro, el toro como símbolo de fertilidad masculina y del poder telúrico, ritos funerarios asociados con el toro y los juegos del hombre y el toro desde la antigüedad. En la lidia convencional actual del toro no queda casi nada de aquellos juegos lúdicos de la antigüedad. Pero esto es precisamente lo que hace más grande a lo taurino, que ha sido capaz de mantener el rito sacrificial del toro, el simbolismo que encierra, adaptando su estética y su liturgia a las evoluciones sociales y convirtiendo en una actividad artística en sí el modo en que ese sacrificio, ese rito, tiene lugar.

Además, la tauromaquia tiene su componente “litúrgico”. Todo ritual tiene su liturgia y el toreo tiene una liturgia (un modo de celebración) lleno de matices y de grandezas. Desde el despeje de plaza de los alguacilillos hasta el modo en que los toreros salen de la plaza después de acabado el espectáculo (volviendo sobre sus pasos al patio de cuadrillas o a hombros por la Puerta Grande) todo lo que sucede en la plaza tiene un sentido funcional o simbólico. Por eso creo que es tan importante mantener esta liturgia. Y explicarla a los más jóvenes. Por eso es esencial que en el ruedo se haga todo bien, perfecto. Si es así, hasta los neófitos reconocen lo grande y particular que es la Fiesta. (Como aquel 2 de mayo de 1996 de Joselito…).

Como lo es el tercero de los requisitos a los que me refería: la estética. El refinamiento del ritual del toro se produce a través de una liturgia cada vez más precisa y una estética cada vez más honda. La creación de belleza del torero frente al toro es indudable. Y sólo por eso bastaría para reivindicar su carácter cultural y artístico. (Aquí, comenté algunas de las grandes tardes de toros vividas y cómo en la actualidad hay diestros que encarnan la estética como nadie, desde Morante a Ponce, al que, estando en Valencia, hay que hacer un recuerdo especial).

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Un cuarto aspecto es aludir a algunas de las manifestaciones culturales “tradicionales” o “convencionales” a las que la tauromaquia ha servido de inspiración. Y es que, aunque sea una trampa justificar la naturaleza artística del toreo con base sólo en su carácter de “musa inspiradora”, lo que es evidente es que una vez justificado el carácter cultural autónomo de la tauromaquia esta explosión artística que genera es un importante elemento de refuerzo de su carácter cultural.

Para repasar las relaciones del toreo con la cultura basta con leer El Cossío. Creo que es difícil encontrar ninguna otra manifestación de cultura popular que tenga una enciclopedia tan completa, documentada y fiable. Casi todo está ahí. En el ámbito artístico, su tomo 8 (me refiero a la edición de 2007) es un compendio completísimo de la presencia del toreo en literatura (novela, poesía, teatro, género chico) y periodismo. Los tomos 9 y 10 incluyen la relación del toreo con otras artes: el tomo 9 se dedica a las artes gráficas, con Goya y Picasso como autores básicos, pero incluyendo también explicaciones y referencia al cartel de toros, el humorismo taurino,…; el tomo 10 se ocupa de las relaciones del toreo con la música, el cine, el flamenco, el cine o la fotografía. Son más de 2000 páginas en las que no está todo, pero, desde luego, da una explicación más que completa para cualquiera que quiera honradamente acercarse a esta relación del toreo con el arte.

Además de esta referencia imprescindible, Andrés Amorós escribió en 1987 dentro de la colección “La tauromaquia” de Espasa Calpe, un interesante libro titulado “Toros y Cultura” y años más tarde, en 1993, un librito titulado “Escritores ante la Fiesta” en la que desgrana la relación de algunos escritores con la tauromaquia.

Quienes tengan dudas pueden acudir a estos libros, entre otros muchos, y si lo hacen con una mínima ecuanimidad verán que cualquier prejuicios sobre si los toros son españolistas, rancios, de una ideología o de otra, se diluirán de forma inmediata. Como recordábamos en este mismo blog este verano al hablar de Rafael Alberti en la visita a su museo.

En todo caso, si hay algo sobre la relación del toreo con el arte que hay que destacar es que no podemos vivir de los clásicos. Si repasamos las citas que se realizan para explicar las vinculaciones del toreo con el arte, casi siempre es de autores que murieron hace muchísimos años, cuando también en la actualidad se están haciendo cosas nuevas e interesantes. Creación nueva, con formatos nuevos y actuales. Artistas de hoy a los que hay que dar paso cuando se trata de hacer los carteles, la publicidad, los libros, las reseñas,… Hay mucho que avanzar en este campo. José María y Pablo, por ejemplo, han dado un gran paso, del que también hemos dejado rastro por aquí.

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Y en último lugar, hice mención a referencias en diferentes textos legales y sentencias que apoyan también la consideración de la tauromaquia como parte de nuestro patrimonio cultural.

La primera referencia legislativa es la obvia: tanto la Ley 10/1991, de 4 de abril, sobre potestades administrativas en materia de espectáculos taurinos como el Reglamento 145/1996, de 2 de febrero por el que se desarrolla la anterior consideran la tauromaquia como un evento cultural. En la Ley de 1991, como título competencial para su promulgación, la Exposición de motivos alude a su competencia exclusiva para el fomento de la cultura, lo cual, dice el propio texto, exige deslimitar las facultades que corresponden en la materia al Ministerio del Interior y a los Gobernadores Civiles. El Reglamento, por su parte, señala que la fiesta de los toros debe ser “entendida en el amplio sentido de sus diversas manifestaciones que se encuentran arraigadas en la cultura y aficiones populares” y reconoce sus propias limitaciones al indicar que la “esencia misma del espectáculo, la lidia del toro bravo, no puede ser objeto de una regulación pormenorizada de todas sus secuencias, al estar sujeta a otro tipo de normas, tanto o más esenciales que los preceptos administrativos, motivadas por criterios artísticos”.

La segunda referencia legislativa o administrativa es también conocida y ha sido bastante repetida en los últimos tiempos. Desde hace ya bastantes años, el Ministerio de Cultura incluye entre los premiados con la Medalla de las Bellas Artes a un torero. Y esa Medalla reconoce a personas que han destacado en el campo de la creación artística y cultural o han prestado notorios servicios en su difusión. Es evidente que la inclusión reiterada a lo largo de los años de profesionales de la tauromaquia entre los premiados (más allá de lo que cada uno opine sobre la procedencia o no de cada elección) es una constatación evidente de que legal y administrativa la tauromaquia es considerada una actividad artística.

También los Tribunales lo han entendido así. Como cuando el TSJ de Cataluña consideró ilegal la prohibición de la representación de la Ópera Carmen en versión de Távora por incluir el rejoneo de un toro, indicando el TSJ que esa prohibición (después de una sentencia anterior que anulaba un primer acto de la administración prohibiendo el espectáculo) es “un ejercicio de añeja, y aún vergonzante, censura, en la más ruda acepción del término”. Y es que “bajo la apariencia de autorizar el espectáculo, sometiéndolo a la condición de supresión en el mismo del rejoneo, viene, en definitiva, a prohibir una parte de la total creación artística”.

O aquella otra del Tribunal Supremo que, al anular una sanción impuesta a Curro Romero después de una tarde aciaga en Madrid, dijo que la supuesta alteración del orden público que se alegaba por la Administración “posiblemente tenga su representatividad en el curso de una ‘tarde de toros’ en la que el valor, el arte, la maestría y el dominio que son cualidades deseables para llevar a cabo artística y correctamente las faenas de la lidia de un toro bravo se vean frustradas por las razones que fueren capaces de dar paso a un estado anímico en el que el temor, la desconfianza, la irresponsabilidad e incertidumbre sean la tónica bajo las cuales discurren esas faenas”. Curro, hasta en sus peores tardes era genial. En esta consiguió que el Tribunal Supremo hablara de arte, maestría, dominio y valor como cualidades inherentes a la tauromaquia.

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En la despedida expliqué cómo no quería entrar en el debate competencial porque, como recordó el profesor Tomás Ramón Fernandéz en el Congreso Taurino de Sevilla, la Constitución impone a todos los poderes públicos la protección de nuestro patrimonio cultural, y no permite a ninguno (sea el Estado, sea una Comunidad Autónoma o un Ayuntamiento) su prohibición o degradación.

Y apelé a los políticos para que, si realmente se considera que la tauromaquia es una manifestación cultural, más allá de cómo se proteja, de que se declare o no Bien de Interés Cultural, lo que hay que hacer es tratarla como tal. Y eso implica desde hacer unos pliegos de condiciones para adjudicar las plazas que tengan este elemento cultural como principio rector (y no el canon ni la televisión ni la experiencia), hasta desarrollar programas de formación, de educación y de patrocinio relativas a la tauromaquia. Desde hablar con normalidad de los festejos taurinos hasta difundir los acontecimientos taurinos como parte de la cultura en los espacios de prensa, radio y televisión.

Esta es su labor. Igual que es labor de los profesionales taurinos (ganaderos, toreros, empresarios) hacer que la Fiesta sea cada vez más íntegra, emocionante y estética (¡nunca aburrida!). Igual que es labor de todos (aficionados o no) reivindicar nuestros espacios de libertad frente a quienes quieren utilizar el poder de los parlamentos y las mayorías para recortarla.

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