Hay combinaciones de toros y toreros que sólo se pueden ver en Madrid. En general, se trata de toreros o novilleros ignotos que buscan una última oportunidad con ganaderías que hace ya muchas décadas tuvieron un prestigio pero que hace ya decenios que no saben qué es la casta. Aunque a veces surgen otros carteles propios de Madrid, que son aquellos de toreros que por extrañas razones del mercado (o de su propia irregularidad) no han acabado de entrar en el circuito de las ferias, pero que han demostrado gusto exquisito y saber hacer, con ganaderías a las que les cuesta hacerse un hueco, pero que están en un buen momento.
El del sábado era uno de estos carteles. Toros de Peñajara (que había echado una corrida extraordinaria –y desaprovechada- en San Isidro) para Frascuelo, Morenito de Aranda y Joselillo. Una combinación como esta resulta complicado verla en Sevilla o en El Puerto, en La Coruña o en Logroño, en Olivenza o Brihuega, en Málaga o Bilbao, por poner sólo algunos ejemplos. Pero es una combinación que puede funcionar. Que, de hecho, puede funcionar mucho mejor en el ruedo que la mayoría de las combinaciones que algunos toreros que despuntaron como novilleros, pero que hace años que dormitan en una desesperante mediocridad.
Lo que sucede es que a este ritual le hace falta su punto de suerte. Y cuando el asunto se pone de no salir, no hay nada que hacer.
La corrida de Peñajara no se pareció en nada a la de mayo. Hubo animales con una pinta preciosa (el berrendo en colorao que hizo segundo). Pero desiguales de presentación, muy flojos y de descastado comportamiento.
Con este material, los toreros no pudieron dejar más que apuntes.
Frascuelo, apuntes de un toreo añejo que echamos tanto de menos… Algún lance bueno de salida a su primero, un extraordinario recorte para dejar al toro en suerte y pases muy toreros por bajo para empezar la faena. Pero poco más. Un toro este primero, por cierto, al que dieron un buen primer puyazo y con el que vimos un buen tercio de banderillas (sobre todo en los pares de Luis Carlos Aranda). En el cuarto, destacar sólo los capotazos de recibo al toro. Luego, no se confió con la franela, dio un recital con la espada y escuchó pitos.
Morenito de Aranda, que en San Isidro tuvo una actuación más que digna compartiendo cartel con Ponce, brindo al público la muerte del segundo. Pero ese toro tenía una sosería y una flojera descomunales y no hubo nada que hacer con él. En el quinto, que tuvo una lidia complicada, aunque finalmente los banderilleros pudieron parear con acierto, Morenito demostró muy buena disposición, pero el toro pasaba sin gracia unas veces, se quedaba a mitad del muletazo otras, o salía suelto, cabeceaba,… Un regalito con el que poco se pudo hacer, más que estar digno.
Y Joselillo, acostumbrado a enfrentarse por esas plazas de Dios con las corridas más aparatosas y peligrosas de la cabaña “brava”, supongo que vería en esta tarde una de las pocas oportunidades para poder meter la cabeza en otro tipo de carteles. Pero no hubo suerte. Con el tercero, un toro protestado por su fea presencia y que además flojeó, sólo pudo hacerle pasar, sin ninguna gracia por ambos pitones, y dejar una gran estocada. Impresentable la actitud de quien vocifera “miau” durante la faena de muleta o grita que cómo pueden dejar salir un “novillo” así a la primera plaza del mundo. ¡Pena que no pidan los antecedentes de penales y hagan un análisis de alcoholemia en la puerta del siete! El sexto era, para compensar, un toro gordísimo y de feas hechuras que cayóse y devolvieron. El sobrero era un jabonero ¿o canoso? de Jandilla. ¿De Jandilla? Aquí hay algo sospechoso. Sospecha que se incrementaba cuando uno comprueba que era nacido en noviembre de 2002. ¡Casi seis años! A saber las plazas que llevaría recorridas este animalito, o los meses que lleva en los corrales de Madrid… El toro también flojea (es lo mínimo que puede hacer si ha tenido la vida que se adivina en los últimos catorce o dieciocho meses) y hubo bronca monumental al palco por no cambiarlo. El toro era muy noble, pero no podía con su alma. Quiere embestir por abajo y por derecho, pero no le queda un ápice de fuerza para desarrollar su buen carácter. No hay transmisión, a pesar de lo cual Joselillo traza bien los pases en el centro del ruedo. Imposible que la gente le dé importancia a una faena bien construida y rematada con una gran estocada.
Una pena que estos interesantes carteles que uno solo puede ver en Madrid suelan acabar de este modo. ¡La afición que podría hacerse si hubiéramos visto lo que llevábamos imaginado desde casa!
(Y una pena que una corrida como, al parecer fue la del sábado de Victorino, no fuera aprovechada. Me la perdí por un viaje fugaz y emocionado a la nostalgia de los años más jóvenes y a las certezas que ya no volverán).
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