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sábado, 20 de septiembre de 2008

La opinión de un mandarín

Me cuentan que este domingo se celebra un importante torneo de tenis en la Plaza de Toros de las Ventas. Es razonable que el coliseo se utilice para otros servicios, lo que viene a confirmar, desde Nerón hasta aquí, lo bien construidas que están las Plazas de Toros, las que Paquiro recomendaba que estuvieran a las afueras de las ciudades y abrigadas del viento, o sea, lo contrario que en Madrid. Como lo ignoro todo sobre este deporte no sé en qué medida puede afectar el Austro o el Noto a la trayectoria de una pelota y las anotaciones anejas, pero, dado el carácter sacramental que para mí tiene la tauromaquia, no deja de parecerme una suerte de profanación menor este entretenimiento. Dicho sea a la debida distancia porque, además, desde los Beatles a los mítines electorales, hemos vistos tantos usos alternativos de esto coso, a cual más esperpéntico, que ya estamos curados de espanto. Es lo de menos. Simplemente confiamos en que no cunda el ejemplo y que respeten La Maestranza, un partido de tenis tras la Puerta del Príncipe es un asunto más grave que la conquista de Bizancio por los turcos o el declive y caída del Imperio Romano. La decadencia sin solución. No corren vientos buenos para la tauromaquia en el ámbito del pensamiento, aunque sí prospera cierta glorificación del deporte sin que por ello los Epinicios de Píndaro -sus Olímpicas- hayan batido tampoco ningún record de ventas, incluso pese a la magnífica y postmoderna relectura de Juan Antonio González-Iglesias (“Olímpicas”, El Gaviero Ediciones, 2005). Estos contrastes entre el deporte y el toreo, sin embargo, me han traído a la memoria la reflexión de Ernest Gombrich, citada por Guillermo Carnero en la poética que presentó en la Fundación Juan March en Septiembre del 2004–accesible en audio y versión imprimible en Internet- según la cual los cónsules del Imperio Británico quisieron agasajar a un Mandarín de la China ofreciéndole un partido de tenis en la embajada británica, al término del cual, hizo el siguiente comentario: “suponiendo que exista alguna oscura razón que no acierto a imaginar para llevar esa pelota de un lado a otro, no comprendo cómo actividad tan irrelevante no se encomienda a los criados”. Estamos convencidos de que el “milenario” Mandarín no hubiera manifestado la misma opinión si hubiera presenciado la lidia de un toro bravo, actividad cuya nobleza podríamos argumentar con cien razones y que en ningún caso podría ser tildada de irrelevante porque incorpora, como mínimo, la trascendencia de una muerte posible. Y decimos que podríamos argumentarlo, pero que preferimos no hacerlo porque en estos tiempos de postmodernidad hemos de conservar algunos aprioris, la fuerza bruta de una razón no explicable, la opinión de un mandarín imaginario favorable a nuestras aficiones mientras por las gradas sube Rafael Nadal con toda la raqueta a cuestas y yo cierro, con media verónica, pero sin cargar la suerte, esta columna a plaza partida entre dos blogs.

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