A los toros se puede ir de muchas formas. Se puede ir como parte de las ferias locales (así fue como me inicié en el Cáceres de mi infancia), se puede ir de forma apresurada después del trabajo (como sucede en San Isidro, y ¡vaya si se nota!), se puede ir como prólogo a una noche de casetas y rebujitos (Sevilla en abril) y se puede ir incluso en manifestación reivindicativa de la libertad (como Barcelona).
Pero de entre todas las formas de ir a los toros una de las más sugestivas es acudir después de haber compartido una buena comida y una charla agradable. La predisposición de ánimo es siempre positiva en esos casos y uno disfruta de lo que suceda, más allá de que entienda que hay cosas que se pueden hacer mejor en el ruedo.
El sábado gocé de la acogida de Felipe, Charo, Lidia y David en su casa de las afueras de Valdemorillo. Un perfecto lugar para el descanso con unas vistas preciosas donde dimos buena cuenta de unas suculentas tapas de jamón, una ensalada con una peculiar (y secreta) salsa de mostaza y uno de los corderos más jugosos que he tomado en mucho tiempo. Luego fuimos junto con Julián y Ruth a una plaza llena para ver la encerrona de César Jiménez. Una encerrona que, a pesar de la voluntad demostrada por el de Fuenlabrada, resultó frustrante.
En estos casos, uno siempre siente la tentación de preguntarse de quién es la culpa. Y, sobre todo, si se puede hacer algo para evitar errores en futuros compromisos.
Aparentemente, todo estaba planificado para que resultara un éxito. Ganaderías de postín (Victorino, Alcurrucén, Núñez del Cuvillo, el Torreón, Luis Algarra y A. San Román), preparación y mentalización óptima del matador y público generoso. Pero luego resultó que los toros no ayudaron: mucha disparidad en la presentación, tendencia general a aquerenciarse en tablas, falta de fuerzas,… ¿Tendrá algo que ver que fueran en general cinqueños? ¿Seguro que alguien no ha escogido todo lo que “sobró” la temporada pasada? Y que César Jiménez, predispuesto, animado, con una gran forma física y tratando de agradar y dar variedad, estuvo mal con la espada y a veces sin la claridad necesaria en un compromiso de esta naturaleza.
Hasta siete toros vimos porque se regaló el sobrero en un alarde de optimismo superior incluso al de quienes dicen que hemos pasado lo peor de la crisis. Siete toros variados de comportamiento: soso el primero de San Román, parado el de El Torreón, con más movilidad y cuajo el de Algarra (aunque se le protestó por claudicar en los primeros tercios), interesante y sin malas intenciones el de Victorino, bueno el de Alcurrucén aunque sin el puntito de acometividad y repetición que hubiéramos deseado, parado el de Núñez del Cuvillo y manso y aquerenciado el sobrero de Algarra. Pero ninguno de triunfo grande, de conexión con el tendido, de dejarse llevar el torero y poder demostrar lo que lleva dentro,…
César no cometió grandes errores, pero a veces le faltó decisión, cruzarse, apostar. Le faltó, eso sí, un mejor manejo de la espada (por ejemplo en el quinto, que le hubiera permitido cortar una o incluso dos orejas del de Alcurrucén). Hubo momentos en que nos recordó mucho a Joselito, pero más en la forma de andar, de citar (derechazos sin ayuda en ese quinto), en lo que trataba de hacer, que en la rotundidad y naturalidad que demostraba el de la Guindalera.
La tarde, a pesar de las dos orejas que cortó, no era para salir en hombros. E hizo bien el torero en evitarlo. Aunque tampoco es para venirse abajo. Es para reflexionar sobre lo que se ha hecho mal. Y tratar de buscar los culpables.
Decíamos hace unos días que a la Fiesta le falta transparencia. En tardes como esta uno echa de menos saber cómo se eligieron cada uno de los toros. Quién decidió los que venían. Porque tal vez de ese modo nos acerquemos a algunas de las claves de lo que sucedió.
A César ahora le queda seguir buscando un sitio propio. Desde esa independencia que reivindica y que se antoja dificilísima para los grandes (Joselito en su momento, Perera ahora) y casi imposible para quien no es una figura indiscutible.
Una independencia que es la que da sentido a vestirse de luces, a jugarse la vida.
Que hace que, incluso después de tardes como ésta, uno pueda dormir con la conciencia tranquila.
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1 comentario:
No estoy de acuerdo con lo de Sevilla en abril: yo no voy a la feria aunque le vayan a poner palcos a la portada.
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