La
decisión de Morante de cortar su temporada nos ha sorprendido a todos. La razón
esgrimida, el cansancio de presidentes y veterinarios que imponen un tipo de
toro con el que es imposible hacer el toreo que él desea, ha suscitado todo
tipo de reacciones, desde quienes creen que Morante es el menos indicado para
hacer esta crítica hasta quienes creen que es sólo una excusa.
Tengo
para mí que las razones para esta retirada (esperemos que temporal) son
variadas. Y que probablemente tenga necesidad de descansar, de reflexionar, de
reencontrarse con su mejor toreo, de encontrar nuevos aires en la gestión de su
carrera,… Pero la referencia al tipo de toro no es una excusa. El toro que sale
ahora en la mayoría de las plazas es un toro mucho más grande, ofensivo y menos
armónico que hace tres o cuatro décadas. El problema o la referencia no deben
ser Madrid, Pamplona o Bilbao. La cuestión es que en Sevilla ya no sale el “toro
de Sevilla” y que en plazas como El Puerto, Sanlúcar, Córdoba, Málaga, Granada,
Badajoz, Valencia, se ha impuesto un tipo de toros que poco tiene que ver con
lo que ha sido y debe seguir siendo el toro de lidia.
Morante
ha podido elegir ganaderías. Pero muchas veces los veterinarios y presidentes
no han aprobado los toros elegidos en el campo de esas ganaderías. La última
vez, en el Puerto, la tarde tras la que anunció su decisión.
Que
los toros elegidos fueran a servirle más que los que salieron o no es una
incógnita (también al Juli le obligaron a cambiar de toros, incluso de ganadería,
y los que vinieron le propiciaron un triunfo histórico). Pero la cuestión no es
esa. El problema es qué razones hay para que un veterinario y un presidente
decidan los toros que deben lidiarse, si los reseñados tienen la edad correspondiente.
No me vale, lo siento, el argumento de que debe velarse por la seriedad de la
plaza y cosas por el estilo. Lo único que hay que garantizar es que el toro
está sano (y en eso el veterinario sí debe opinar), que tiene la edad y que el
público está informado de lo que va a lidiarse. Eso es más que suficiente para
que quien quiera vaya a la plaza y quien no deje de hacerlo.
Porque
imponer un determinado tamaño y tipo de toro es una forma de prohibir una
cierta tauromaquia. Y no hay razones de ningún tipo para que escudándose en la
defensa de la integridad de la fiesta se prohíba una manifestación de ésta,
perfectamente lícita y necesaria.
1 comentario:
Bien dicho.
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